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“La ficción es lícita en el periodismo”, asegura Juan Cantavella, del CEU San Pablo. “Poner a una señora a decir barbaridades, para que toda la audiencia se ría de ella, no es digno, como no lo es hacer juicios mediáticos sobre determinadas personas. El público ha de ser consciente de que tiene más poder del que parece: si nadie viera sus programas, esas cadenas cambiarían de contenidos”.
La ética mínima del periodismo se ha de basar en no mentir. “Los comportamientos de los profesionales del periodismo han de regirse por unos principios que nada tienen que ver con los gustos de la audiencia, porque, en otro caso, estaríamos justificando la emisión de cualquier cosa. Y eso los periodistas lo sabemos muy bien. Hay periódicos que dicen defender a la mujer y están publicando anuncios de prostitución. Y no se puede hacer alarde de actitudes éticas y luego poner la mano”.
Julio César Herrero, decano de la Universidad Camilo José Cela, advierte que hoy hay “una manera de entender la libertad, que nada tiene que ver con el ejercicio responsable. Hay algunos periodistas que consideran que no existe diferencia entre la crítica contundente y el insulto”.
José Manuel Burgueño, de Universidad Nebrija, sostiene que “el periodismo actual está mucho más pendiente de las datos de audiencia que de contar lo que ocurre, y no sólo porque muchos programas opten por la basura y por escarbar en las vidas privadas. Como saben que las imágenes impactantes, la violencia y el morbo atraen, los están utilizando para dar mejores registros. Lo idóneo sería que los informativos saliesen de esas luchas de audiencia, de forma que pudieran ser más respetuosos con sus espectadores y con la verdad”.
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