El
curso 2008-2009, en la Universidad Complutense de Madrid, Carmen Delgado
estudiaba cuarto de Periodismo, con sus ochenta años. Asistía fielmente a clase,
bien sentada en la primera fila, en la asignatura que yo le impartía de ‘Empresa
Informativa’.
Había
comenzado la carrera con más de setenta años, terminándola con más de ochenta, y con Matrículas de Honor. Todo un ejemplo. Dos
nietos suyos coincidieron con ella en la Facultad: Javier, que estudiaba
Comunicación Audiovisual, e Inés, que cursaba Publicidad.
«Murió
mi marido y decidí ir a la universidad. Hay que agarrar cada minuto. Yo no
pierdo el tiempo: yo lo gano. Yo no quería ser una viuda tonta, de esas viudas
de mecedora y parchís: una vieja de chocolatito y brisca».
«Pensaba
que no iba a darme tiempo a terminar la carrera por la edad, ya ves: la empecé
en el año 2005. El primer día en la Complutense lo recuerdo como algo
espantoso. Me senté en la primera fila. Por varios motivos. El principal era
que tenía cataratas y quería estar cerca de la pizarra para poder leer. El
profesor dictaba muy rápido. Nadie se ponía a mi lado. Nadie me hablaba. Llegué
a casa y me dije: 'No me aceptan'».
«El
segundo día fue igual. Ya lo iba a dejar. Porque no era agradable sentirse así.
Estar en un sitio con personas que se ríen y no te hablan. Hasta que conocí a
Leti, mi primera amiga, en la fotocopiadora. Ella se sentó a mi lado delante. Y
ya todo fue cambiando poco a poco. Entré en el grupo. Me aceptaban».
«Crecí
un montón. La universidad me enriqueció una barbaridad. No tenía ni idea de las
cosas. Los chicos de ahora no tienen vicio. Hay que decirlo. Son gente estupenda,
sin prejuicios, más generosa que nosotros».
Cuatro
hijos, cuatro nietos, dos novelas sin terminar y una infancia «de empollona
terrible, de chica repelente»- ha vivido una guerra civil, una huida a París,
unos estudios en el Liceo Francés, una plaza como traductora en el Ministerio
de Trabajo y todo el tranquilo estuario de una niña bien de entonces.
Ahora,
con sus 86 años, sigue totalmente joven de espíritu, que es lo que en
definitiva cuenta. Recomienda ir con Dios y sin prisas. (El Mundo: “La
alumna que no quería terminar”, 07/04/2015, pp. 56-57)
2 comentarios:
Qué fuerza, valentía y gran ejemplo de mujer.
Qué fuerza, valentía y gran ejemplo
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