Existe algo que está por encima de cualquier otra consideración. El que nadie, absolutamente nadie, pueda tomarse por sí y ante sí, el divino derecho de segar una vida humana. Ni la gota de sangre de un colibrí. Nada. Y mucho menos nadie, después, justificarla.
¿Qué sentido tenía el diálogo abierto con ETA?
A nada que alguien conozca lo que es ETA, y a nada que alguien conozca de verdad cuál es el verdadero sentido del Estado de España y Francia, aquello no tenía ni pies ni cabeza y se convirtió tan solo en una bomba a la deriva y con la mecha encendida.
¿Está seguro?
Yo lo tengo cada vez más claro. Está demostrado por cuarta vez que con ETA no hay nada que hacer. Nada. Ni con esta ni con la que venga, ni con los Ternera, ni con los Cherokis. Nada. Porque estamos ante una organización fanática y totalitaria a la que, o le das toda la razón para justificar su violencia o no aceptarán nada de nadie. Al contrario. Creerán que hablamos así porque los débiles somos nosotros.
¿Por qué todos los políticos han apoyado entonces el diálogo?
Pues muy sencillo. Porque todos depositamos nuestra confianza y creímos en su buena intención cuando el presidente del gobierno, bajo la estatua de Isabel II, hizo el anuncio, mientras parecía que tenía todo el proceso atado y bien atado. Por eso, nadie, en su sano juicio, iba a dejar de apoyar aquella oportunidad.
¿Con quién se puede entonces dialogar?
Sólo queda la llamada ‘ETA sociológica’. La que le da agua al pez, la que nutre sus comandos, la que sigue empeñada en un discurso rupturista de hace cuarenta años. Solo queda trabajar con esa ETA sociológica para que se convenzan que la política no puede estar condicionada a la violencia, que la democracia tiene unas reglas de juego que no se pueden traspasar, que la vida humana es el máximo valor a preservar en cualquier sociedad civilizada y que cuando salga por cualquier esquina el Pernando Barrena de turno diciendo que jamás condenará la violencia tiene que saber que él tampoco, jamás, será admitido en este club civilizado. Tan simple, pero tan complicado como esto.
¿Se ha intentado dialogar así ya alguna vez?
Aralar lo hizo en su día. El Sinn Fein lo hizo frente al IRA. Falta que Batasuna interiorice que no puede ser el acólito político permanente de una organización terrorista dispuesta a matar, extorsionar e intimidar, si no se le da la razón.
¿Quién puede hacerlo?
Es Batasuna quien tiene la llave de esta situación. Está en su mano abrir la puerta para entrar en la reivindicación civilizada de una acción política y de unos derechos, o decidir seguir echando la culpa a los demás y seguir siendo el agua donde el pez de ETA sigue campando por sus respetos.
¿En conclusión…?
El balón, pues, está en el punto de penalti. El que chute Batasuna el balón sólo es cuestión de Batasuna, no de los demás. [Más opinión en ‘Mis diez reflexiones ante la bomba de ETA en Barajas’]
¿Qué sentido tenía el diálogo abierto con ETA?
A nada que alguien conozca lo que es ETA, y a nada que alguien conozca de verdad cuál es el verdadero sentido del Estado de España y Francia, aquello no tenía ni pies ni cabeza y se convirtió tan solo en una bomba a la deriva y con la mecha encendida.
¿Está seguro?
Yo lo tengo cada vez más claro. Está demostrado por cuarta vez que con ETA no hay nada que hacer. Nada. Ni con esta ni con la que venga, ni con los Ternera, ni con los Cherokis. Nada. Porque estamos ante una organización fanática y totalitaria a la que, o le das toda la razón para justificar su violencia o no aceptarán nada de nadie. Al contrario. Creerán que hablamos así porque los débiles somos nosotros.
¿Por qué todos los políticos han apoyado entonces el diálogo?
Pues muy sencillo. Porque todos depositamos nuestra confianza y creímos en su buena intención cuando el presidente del gobierno, bajo la estatua de Isabel II, hizo el anuncio, mientras parecía que tenía todo el proceso atado y bien atado. Por eso, nadie, en su sano juicio, iba a dejar de apoyar aquella oportunidad.
¿Con quién se puede entonces dialogar?
Sólo queda la llamada ‘ETA sociológica’. La que le da agua al pez, la que nutre sus comandos, la que sigue empeñada en un discurso rupturista de hace cuarenta años. Solo queda trabajar con esa ETA sociológica para que se convenzan que la política no puede estar condicionada a la violencia, que la democracia tiene unas reglas de juego que no se pueden traspasar, que la vida humana es el máximo valor a preservar en cualquier sociedad civilizada y que cuando salga por cualquier esquina el Pernando Barrena de turno diciendo que jamás condenará la violencia tiene que saber que él tampoco, jamás, será admitido en este club civilizado. Tan simple, pero tan complicado como esto.
¿Se ha intentado dialogar así ya alguna vez?
Aralar lo hizo en su día. El Sinn Fein lo hizo frente al IRA. Falta que Batasuna interiorice que no puede ser el acólito político permanente de una organización terrorista dispuesta a matar, extorsionar e intimidar, si no se le da la razón.
¿Quién puede hacerlo?
Es Batasuna quien tiene la llave de esta situación. Está en su mano abrir la puerta para entrar en la reivindicación civilizada de una acción política y de unos derechos, o decidir seguir echando la culpa a los demás y seguir siendo el agua donde el pez de ETA sigue campando por sus respetos.
¿En conclusión…?
El balón, pues, está en el punto de penalti. El que chute Batasuna el balón sólo es cuestión de Batasuna, no de los demás. [Más opinión en ‘Mis diez reflexiones ante la bomba de ETA en Barajas’]
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