Es realmente alucinante. En el ascensor, subes los ochenta pisos en menos de cuarenta segundos, tragando saliva todo el rato para destaponarte los oídos. Luego coges otro ascensor extra, para subir hasta el piso 86.
La vista es impresionante. Todo Nueva York queda ante tus ojos: Queens, New Jersey, Brooklyn… y por supuesto, Manhattan al completo. El ajedrezado de calles y avenidas, todas perfectamente trazadas, sólo queda roto por Broadway, que hace honor a su nombre, y corta de norte a sur la isla entera, dando curvas como una serpiente.
Las luces de Times Square, las cúpulas iluminadas de los rascacielos principales, todo el tráfico enloquecido de las calles que no para por la noche… es un espectáculo digno de verse. Escuchas hablar a gente en todos los idiomas del mundo. Cientos de turistas sacando fotos. Hasta en euskera oí hablar a una chica de Bilbao. Me faltó tiempo para saludarla. Era de Basauri.
Tardaron sólo un año y cuarenta y cinco días en terminarlo, estando como estaban en medio de la crisis del 29, pues se inauguró en 1931.
Desde 1995, el edificio se ilumina de colores en honor de diversos acontecimientos: rojo, azul, verde, amarillo e incluso púrpura en honor a los graduados de la New York University, o azul y blanco para celebrar a Mariah Carey.
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