Se acabó lo que se daba. Vuelta al Viejo Continente. Operación retorno. Buscando, por supuesto, ante todo, lo más barato. Así que lo haremos despacito, y de modo escalonado.
Primero, de New York, a Boston. En el viaje, dos chicos americanos típicos estaban sentados a mi derecha. Uno leía el Quijote en inglés, ediciones Pinguin. El otro veía una película en el ordenador. Por supuesto, cada asiento llevan enchufe eléctrico y acceso a Internet. Charlamos un rato. Le extrañó que en España no se leyera a Cervantes como ellos leen a Shakespeare. Sin comentarios.
A mi izquierda viajaba una familia de judíos auténticos: madre y padre jóvenes, con tres hijos pequeños, de tres, cinco y siete años. Los cuatro varones portaban con su quipá reglamentaria: negra la del padre, y de lana de colorines las de los chavalines.
El hermano menor de la familia, Sem, se hizo enseguida amiguete mío. El enano jugaba con su pato de trapo a atacarme, mientras yo le graznaba “¡Cuá, cuá!”. Ante el asombro de la madre, también me pedía darle buenos mordiscos a la manzana que me estaba yo comiendo. Por supuesto, la compartimos amigablemente a pachas los tres: el chaval, el pato y yo. Tronchante. Una risa.
Llegando a Boston, me acordé lo primero de ir a comprarle una camiseta con escudo de la Universidad al hijo pequeño de mi amigo Rafa, de dar los últimos vistazos a Harvard y de despedirme de mis amigos.
Segundo paso, al día siguiente, el vuelo a Europa. Gracias a Dios, no me toca ir yo solo. Otros dos más vienen conmigo, en el mismo vuelo: una chica de Brasil estudiante y un amigo mío que estudia ingeniero en Londres, sobrino de Alexia (la chica madrileña ya casi santa, falseada en la película “Camino”). Anda que no tiene cosas que contar.
Tercer paso, Londres. En Heatrhow me esperan casi seis horitas de trasbordo de Virgin Atlantic a British Aerways. No me importa, pues voy bien acompañado. Además, aunque ya he chequeado el billete por Internet, las tres horas de cambio de avión me fueron justas en el viaje de ida. Así que no importa ir holgado de tiempo.
Cuarto paso: de allí, directos a Barajas, Madrid, y a casita. Como es domingo, lo primero que haré será irme a misa directo, como un señor, para darle gracias a Dios por este chollo de viaje que me he pegado. Creo que es lo mínimo que debo hacer.
No ha pasado medio verano, y ya he cumplido los tres mayores deseos de mi vida: conocer Tierra Santa, pasarme quince días en Boston asistiendo a un curso en Harvard y pegarme casi un mes entero viviendo en New York y conociendo USA.
Grito fuerte un irrintxi con toda mi alma: Aurrera! Aupa! Gora! Agur Jauna! Me siento más ciudadano universal que nunca. He hecho amigos de todas partes. No sabía hasta ahora lo bonito que era el mundo.
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