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Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo es tanto: veamos un caso que lo desmiente. Lo publica en Campus de elmundo.es José A. Piqueras, catedrático de Historia de la Universitat Jaume I. Suscriben este artículo otros 30 profesores más, de 16 universidades.
En 2003 se celebró una oposición para una plaza de Historia Contemporánea en la Universitat Jaume I. De los tres concursantes, la candidata de la casa, profesora interina, recibió un voto. Otros tres votos decidieron que ganara el profesor Josep María Pons.
La profesora interina elevó un recurso, desestimado por la universidad y la Audiencia provincial. Presentó, además, una demanda por prevaricación contra los miembros del tribunal que no la habían votado. He aquí que un juzgado de Castellón admitió la denuncia: lleva nada menos que desde 2004 incoando la instrucción, sin que se adivine su final, declarando nula la provisión.
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Había fallecido, entre tanto, uno de los miembros del tribunal. Los otros se ampararon en su recusación para renunciar. Y como la Universidad aceptó las renuncias, no quedaba otra salida que formar un nuevo tribunal y volver a iniciar la oposición.
De nada sirvió ante tantas anomalías la petición de un sorteo puro. Se impusieron las exigencias de la profesora interina: su ‘derecho’ a escoger presidente y secretario de su tribunal. Eligió a la misma profesora que presidió el tribunal anterior, el objetado por sentencia judicial. Era ésta el único voto que en 2003 recibió la candidata impugnadora, la persona que colaboró activamente con esta última en la querella interpuesta al resto de la comisión. Vamos, la encarnación de la ecuanimidad.
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El espíritu corporativo acaba convirtiéndose en un obstáculo real para el desarrollo científico y la mejora del nivel de nuestras instituciones de enseñanza superior. Mientras esto no cambie, de poco servirán las reformas de las reformas de las reformas…
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