¿Cómo es
nuestro héroe de hoy? ¿Qué modelo de persona nos propone nuestra sociedad?
¿Cuál es el valor que hoy se propugna? ¿A quién imitamos? ¿Qué perfil alaban y
retwittean las Redes sociales?
No es precisamente un ciudadano cumplidor, responsable y sencillo. Tampoco propone a un personaje esforzado y generoso. Menos aún, a un profesional fajado y entregado, auténtico y valeroso.
Más bien aplauden al consumidor chuponcete, estilo pijín y blandito, molón insustancial, friky del postureo, adicto incorregible a su look… que cuida y mima como su mayor y único tesoro. Apariencia, sin contenido. Esto es: el hombre superfluo. Anoche leí esa novela: “Diario de un hombre superfluo” Iván Turguénev (1850). Edición de ‘Nordica Libros’ 2016. Da mucho que pensar...
Obra sencilla y breve, recomendable para un lector rápido. Su lectura es corta y fácil, con rancio sabor añejo y veterano que destila en sus páginas. El argumento es sencillo y ágil, sin grandes pretensiones. Consta de dos partes. Comienza hacia adentro, mostrando el carácter insustancial del protagonista, y concluye hacia afuera, narrando su trágico final en un clásico episodio sentimental amoroso.
El argumento es muy aplicable al caso actual, de una sociedad hueca y aparente. A través de celos desquiciados, con enredos infantiloides y reflexiones improductivas, expone un modelo de vida burgués, vacío e inútil, cargado de fingimiento y ‘postureo’. Describe a un personaje que ahí nace y que posteriormente se convierte en un arquetipo de la literatura rusa (véase “Guerra y Paz” de Tolstói o “El Idiota”, de Dostoievsky). Se trata del pánfilo aristócrata, vago y decadente, melancólico y dubitativo, rico y soñador, sensible e inteligente, cultivado e idealista… pero sin razón de ser ni de vivir, carente de motivos y valores, aburrido de su existencia rancia e inútil.
Escrita con buena prosa, contiene logrados efectos descriptivos de los caracteres de sus personajes. Con todo, varias veces descoloca la comprensión, al estar escrita originalmente en ruso y hace casi dos siglos. De ahí que su valor esté más en la forma, que en el fondo. Su contenido argumental responde al momento de la cultura romanticista, decadente decimonónico, propio del viejo imperio ruso. Con todo, aporta un modo rico de descripción, culto y sutil, con gran riqueza expresiva y de muy ágil escritura.
Su género literario es el propio de una breve novela, romántica y dieciochesca, de rápida lectura. Ágil en su estilo y rica en su redacción, escrita como diario íntimo confidencial, en primera persona, a modo de soliloquio y autoexamen. Adopta una visión subjetivista y personalista, advirtiéndolo al lector, con el que comenta y justifica sus apreciaciones. Tras describir el autor su propio modo de ser, retratando pormenorizadamente su personalidad, termina demostrándolo a modo de ejemplo, con la narración del final de su vida.
Aunque el personaje es plenamente consciente de su falsedad, de la tontería y estupidez de su vida y de sus motivaciones, él se reconoce hueco e impotente, incompetente e incapaz de cambiar el curso de las cosas, ni tan siquiera en su propia vida. Al final se reconoce como un mero espectador incapaz, un elemento superfluo y sobrante, perfectamente prescindible, que no aporta nada al mundo ni a la sociedad en la que vive.
No es precisamente un ciudadano cumplidor, responsable y sencillo. Tampoco propone a un personaje esforzado y generoso. Menos aún, a un profesional fajado y entregado, auténtico y valeroso.
Más bien aplauden al consumidor chuponcete, estilo pijín y blandito, molón insustancial, friky del postureo, adicto incorregible a su look… que cuida y mima como su mayor y único tesoro. Apariencia, sin contenido. Esto es: el hombre superfluo. Anoche leí esa novela: “Diario de un hombre superfluo” Iván Turguénev (1850). Edición de ‘Nordica Libros’ 2016. Da mucho que pensar...
Obra sencilla y breve, recomendable para un lector rápido. Su lectura es corta y fácil, con rancio sabor añejo y veterano que destila en sus páginas. El argumento es sencillo y ágil, sin grandes pretensiones. Consta de dos partes. Comienza hacia adentro, mostrando el carácter insustancial del protagonista, y concluye hacia afuera, narrando su trágico final en un clásico episodio sentimental amoroso.
El argumento es muy aplicable al caso actual, de una sociedad hueca y aparente. A través de celos desquiciados, con enredos infantiloides y reflexiones improductivas, expone un modelo de vida burgués, vacío e inútil, cargado de fingimiento y ‘postureo’. Describe a un personaje que ahí nace y que posteriormente se convierte en un arquetipo de la literatura rusa (véase “Guerra y Paz” de Tolstói o “El Idiota”, de Dostoievsky). Se trata del pánfilo aristócrata, vago y decadente, melancólico y dubitativo, rico y soñador, sensible e inteligente, cultivado e idealista… pero sin razón de ser ni de vivir, carente de motivos y valores, aburrido de su existencia rancia e inútil.
Escrita con buena prosa, contiene logrados efectos descriptivos de los caracteres de sus personajes. Con todo, varias veces descoloca la comprensión, al estar escrita originalmente en ruso y hace casi dos siglos. De ahí que su valor esté más en la forma, que en el fondo. Su contenido argumental responde al momento de la cultura romanticista, decadente decimonónico, propio del viejo imperio ruso. Con todo, aporta un modo rico de descripción, culto y sutil, con gran riqueza expresiva y de muy ágil escritura.
Su género literario es el propio de una breve novela, romántica y dieciochesca, de rápida lectura. Ágil en su estilo y rica en su redacción, escrita como diario íntimo confidencial, en primera persona, a modo de soliloquio y autoexamen. Adopta una visión subjetivista y personalista, advirtiéndolo al lector, con el que comenta y justifica sus apreciaciones. Tras describir el autor su propio modo de ser, retratando pormenorizadamente su personalidad, termina demostrándolo a modo de ejemplo, con la narración del final de su vida.
Aunque el personaje es plenamente consciente de su falsedad, de la tontería y estupidez de su vida y de sus motivaciones, él se reconoce hueco e impotente, incompetente e incapaz de cambiar el curso de las cosas, ni tan siquiera en su propia vida. Al final se reconoce como un mero espectador incapaz, un elemento superfluo y sobrante, perfectamente prescindible, que no aporta nada al mundo ni a la sociedad en la que vive.
Es toda una
lección que se revive desde la polis griega, desde la caída del imperio romano,
desde el hundimiento del l'ancien regime, desde la desaparición del modelo
soviético… Repite un mensaje real, muy válido para muchos miembros del mundo moderno
actual, tan reformista y progresista, avanzado y desarrollado...
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