11 abril 2015

Café y amistad, con bollos

Hoy he sido feliz de verdad. Te lo aseguro. Me he quedado transformado, tras recorrer todo mi barrio, por la mañana, con dos amigos míos, Álvaro y José Manuel. ¿Motivo? Repartir café y bollos con chocolate, entre gente emigrante que estaba pidiendo limosna.

Era facilísimo encontrarles: a la puerta de iglesias y centros comerciales, en las aceras más concurridas o en una esquina. Resulta conmovedor ver a tanta gente abandonada, con o sin papeles, nacidos en Hungría, Nigeria, Polonia, República Checa, Rumanía… pero sin familia y sin hogar, carentes de recursos y absolutamente faltos de trabajo.  

No les dábamos limosna: les dábamos nuestro tiempo y nuestra amistad. Les ofrecíamos charlar con ellos, mientras se tomaban un café calentito, recién hecho, con leche, servido a su gusto desde un termo grande y bien cargado, acompañado con bollos de chocolate, que nos quitaban de las manos.


Lo que más agradecían era la conversación: poder contarnos su vida y sus penurias, sus dificultades y cómo nadie les echa una mano. Les decíamos chistes, y les ofrecíamos soluciones como enseñar su idioma (inglés, árabe, polaco…), o practicar su deporte (baloncesto), o ejercer su oficio (peón de la construcción), u ofrecerse a cuidar o sacar de paseo a niños, ancianos o animales domésticos.

Mucho más que el café con bollos, nos agradecían nuestra atención, nuestra compañía y conversación. El último de los que hemos visto, Peter, nigeriano, con sus papeles de residencia conseguidos hace cinco días, nos prometía agradecido que pediría a Dios por nosotros. ¡Qué grande! Nos ha dejado totalmente conmovidos.


El sábado que viene lo repetimos, como está mandado. ¿Te vienes? Quedamos a las once a.m., en la esquina de la Calle Orense con General Yagüe. Tráete tu termo y tus vasos de plástico, y verás qué maravilla y qué delicia es hacerles sonreír, sin más cariño que el tuyo.

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