Creo, sinceramente, que este artículo debería ser leído por todo pensador, universitario, comunicador, intelectual o escritor que pretenda estar a la altura de los tiempos en que vivimos. Los antetítulos son míos.
Desastroso. Vergonzoso publirreportaje en El País, escrito por Gabriela Cañas y titulado “¿Se acaba el chollo de las descargas gratis?”. Un artículo torpe, mal documentado, con un lenguaje inadecuado, espantosamente tendencioso desde su primer párrafo hasta el último… un artículo que desprestigia a todo un medio y que debería hacer que se les cayese la cara de vergüenza a todos los excelentes profesionales que me consta por experiencia que trabajan en ese periódico. Una verdadera pena.
Abrirse al progreso. El artículo comienza achacando a las descargas las pérdidas de una industria que se ha negado a evolucionar, a adaptarse a los tiempos, a crecer con la red en lugar de luchar contra ella.
Asumir los adelantos. Hablar de una caída de las ventas de discos desde los 600 millones de euros en 2000 hasta los 225 millones del año pasado y hacer responsable de eso a las descargas es una falacia conceptual: los discos no se venden porque, simplemente, no tienen sentido: intentar convencer a un joven hoy en día de que compre un disco hace que te mire como si estuvieses completamente loco, y esta situación no va a cambiar.
Admitir los avances. El fenómeno de las descargas no hace más que sustituir a los discos de una manera natural, y por supuesto, tan completamente inevitable como la esencia misma de la red.
Ya la imprenta arrinconó a los copistas. Decir que los hechos recientes indican un cambio de tendencia favorable a los que están en contra de las descargas, es otra vulgar mentira. Lo pondré en mayúsculas, para que se lea más fácilmente: LAS DESCARGAS NO VAN A PARAR NUNCA, hagan lo que hagan y penalicen lo que penalicen.
El desarrollo es imparable. Lo único que puede parar las descargas es la llegada de otra tecnología que las sustituya porque tenga una propuesta de valor mejor para los usuarios. Nada más. Cualquier intento de detenerlas por la via legal, administrativa, del control o del cambio cultural va a fracasar miserablemente. Decir que España es “lider en descargas” también es una barbaridad que se pretende convertir en lugar común: no es cierto, el índice de descargas de la red es elevado en todas partes, incluyendo esos sacrosantos Estados Unidos donde tanto se persiguen. A pesar de la persecución y el matonismo judicial de la RIAA. las descargas no han dejado de crecer en ningún momento. A más uso de Internet, más descargas. Es lo que hay.
Destapar los intereses económicos ocultos. La verdad sobre las descargas es mucho, muchísimo menos simplista que lo que el espantoso publirreportaje de Gabriela Cañas presume. En realidad, esto no es más que una guerra económica. Todos los actores sin excepción de la industria cultural saben que las descargas son inevitables, y que les quedan menos de dos años de negar la evidencia.
No imponerle puertas al campo. Todos saben perfectamente que la música se considerará un producto completamente gratuito, y hasta le han puesto plazo: el año 2011. Lo único que intentan es prolongar artificialmente la vida de un modelo imposible, basado en una legislación que el avance de la tecnología dejó completamente anticuada y de imposible aplicación.
¿A quién quieren proteger? El Convenio de Berna data de 1886, y fue revisado por última vez en 1996, antes incluso de que surgiese Napster. ¿Cómo pretender que un convenio que ya de por si estaba orientado a proteger no la cultura, sino el modelo de negocio de los vendedores de copias, siga siendo de aplicación en pleno año 2009 y con ene generaciones de nuevas tecnologías transcurridas? ¿Por qué los Estados Unidos, con un Presidente tan progresista y conocedor de la realidad de la red, protegen este modelo de negocio? Simplemente, porque hablamos del único país que llegó a cambiar sus leyes para proteger a Micky Mouse: un país en el que el peso de la exportación cultural en la balanza de pagos es tan sumamente elevado, que tiene que intentar protegerla sí o sí, independientemente de que crea en ello o no lo haga. Están, simplemente, comprando tiempo de reconversión para la mayor industria de su país.
Ridículas subvenciones para algo inútil. En España, la realidad es patéticamente distinta. Una industria desconectada de su mercado, que pierde espectadores todos los años, que eleva el volumen de subvenciones condicionadas a una agenda puramente política, y que no tiene peso en el conjunto de exportaciones del país salvo en algún caso muy testimonial.
Fianciar algo que nadie quiere. Y que por presiones políticas de las organizaciones internacionales se pretende proteger como si realmente valiese la pena, cuando la realidad es que lo que habría que hacer es dejarla morir, para que se reinventase sin los propios vicios completamente incurables que padece.
Controlar, manejar, intervenir. Pero la verdad va todavía más allá: en el fondo, los políticos se alinean del lado de la industria porque temen el escenario de falta de control que la red trae consigo. Donde antes para controlar la opinión pública tenían que controlar a unos pocos medios y periodistas, ahora se encuentran con un entorno con millones de voces imposibles de controlar, con un entorno en el que no se encuentran cómodos, en el que no saben trabajar, en el que ven caer su influencia y su poder.
Rechazo unánime a la nueva ministra (por el robo del Canon de la Asociación de Autores). La designación de Ángeles González-Sinde se planteó para, por un lado, crear una cortina de humo que despistase de lo realmente importante, y de paso comprobar que el impacto de una medida tan enormemente impopular e increíble como poner a esa persona como ministra tenía un impacto reducido a la red. La red, en realidad, le trae al gobierno completamente sin cuidado.
Reconocer el valor de la opinión pública digital. Donde nosotros vemos un grupo enorme en Facebook apoyando nuestras tesis, ellos ven cuatro tristes y taciturnos gatos, gatos que además tienen el culo tan gordo a fuerza de ejercitar únicamente el dedo de darle al ratón que bajo ningún concepto se van a levantar de sus sillas para protestar de otra manera. La probabilidad de que un internauta aparte su cara de la pantalla para dar origen a lo que el gobierno consideraría una verdadera protesta es entre cero y nula, y eso el gobierno lo sabe perfectamente. Por eso juega como juega, por eso lo pone a prueba… por eso tenemos lo que tenemos.
Valor y fuerza imparables de la Red. Un publirreportaje malo y mentiroso como el de Gabriela Cañas en El País tiene muchísima más importancia que cualquier cosa que escribamos en estos minúsculos blogs que la clase política jamás se ha tomado en serio. Una aparición en un periódico o una radio de esas que creen controlar les duele más que dos mil menciones negativas en ese Twitter que ni saben lo que es. Mañana, media España creerá que las descargas son ilegales, y aunque seguirán descargando lo que les dé la gana, lo harán con un estúpido e injustificado sentimiento de culpa, creyendo que les pueden castigar por ello.
Visión actual. Sigamos así. Sigamos pensando que esto es una cuestión de caprichitos, de poca importancia, de si podemos conseguir música gratis, de ser más pillos… y nos acabaremos encontrando con que Internet, la Internet que conocimos, se convierte en algo tan parecido a la radio, a la televisión y al resto de los medios unidireccionales, que acabaremos sintiendo asco de habernos conocido.
Mentiras y gordas. Esa es la verdad de las descargas y de la lucha que estamos viviendo. Una lucha de poder, una lucha económica, una lucha por condenar al sentido común. Lo demás, lo que nos cuenta El País y lo que nos lleva a tener una ministra tan de vergüenza como la que tenemos, son simplemente mentiras. Y además, gordas.
1 comentario:
Pero ya sabes como funcionan estas cosas, Pedro. Eso lo sabes tú y los otros cinco que se detuvieron a leer tranquilamente el reportaje, que lo analizaron con la máxima objetividad posible y que olvidaron el nombre del periódico que figuraba en la cabecera. Al fin y al cabo, son las etiquetas, los nombres, las categorías, lo que definen todo lo demás. Abrir las miras (al campo, sin puertas) es tan difícil, que mucha gente estará ya confesándose contra-natura por pecar con las descargas.
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