Me escribe un alumno:
“Lo primero, agradecer tu detalle y comprensión. Significa mucho para darme el empujón definitivo para finalizar mis estudios, algo que otros años ha chocado con la barrera de la incomprensión. Te confirmo, además, que estoy matriculado contigo. En cuanto me autoricen a convocar nuevas becas, te informaré para que puedas ofertarlas a tu lista de correo. Seguiré con interés las publicaciones de tu Blog. Es un placer compartir con un profesor el concepto, para mí fundamental, de la docencia entendida como utilidad real y no como carrera de obstáculos hacia un título. Un placer y muchas gracias.”
Y yo le respondo:
Tu carta me ha encantado. Es de esas cosas que uno sueña con poder ver algún día, que podría pasar, pero que nunca ocurre. Así que no te oculto que me has dado un alegrón inmenso. De todas formas, no tienes nada que agradecerme: simplemente trato de hacer lo que debo, igual que cualquiera en su profesión, tanto en la docencia, como en la empresa.
Me parece que ser profesor no es ser un desmotivador, ni un suspendedor, ni un rompe expedientes, ni un entorpecedor, ni un causante de abandonos o fracasos estudiantiles. Eso suena a selección de la raza, que es un experimento siempre fracasado. Más bien es al contrario: enseñar es educar, es crear personas maduras y hacerlas profesionales de prestigio. Formar es mucho más que sólo instruir.
La universidad no es una mera escuela de oficio, ni una triste academia. Es el pulmón científico y el corazón cultural de una sociedad, la crema de su intelectualidad y la elite de su saber. Es el cenit de su civilización y el motor de su talento. Y en eso participamos tanto estudiantes como profesores, pues universitarios lo somos todos.
Creo que todos jugamos en el mismo equipo (la universidad) y en el mismo torneo (la carrera), unos como jugadores jóvenes (los alumnos) y otros como Mister (los profes), pero que todos los triunfos son comunes y todos los éxitos son compartidos.
¿Qué logro mayor existe, que conseguir que tus alumnos te superen?
1 comentario:
Ojalá que, algún día, su forma de entender la universidad no sea la excepción que confirme la regla de que lo que tiene que hacer un catedrático es poner buena nota a los alumnos que van a su despacho a pasarle a limpio las notas y suspender a los que cuestionan cualquiera de sus preceptos. Llevo seis años estudiando en la Facultad de CC. de la Información de la UCM y me sobran varios dedos de una mano para contar los profesores de los que pueda decirse que he aprendido algo (como casi todo el mundo que conozco). Con otros, como usted, nunce he podido matricularme. "El grupo ya está lleno", me dicen en Secretaría. Ésa es nuestra Universidad pública. Hay que dar trabajo, claro, a los catedráticos que jamás aceptarían en una universidad privada. Como le decía, ojalá algún día cambie esta situación. Y gracias por intentar hacerlo posible.
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