La universidad tiene un fin que va mucho más allá de la mera instrucción en unos programas y temarios. Eso es mucho, pero se queda muy corto, comparándolo con su verdadero y magnífico fin. La universidad es algo más que una mera academia especializada, o que una escuela técnica profesional, o que una entidad controladora de capacidades. Su misión genuina es desarrollar a los universitarios personalmente, como hombres cabales, en cuatro dimensiones, sin olvidar ninguna:
- la social y teórica: con las
humanidades, como cultura, idiomas, literatura, arte, música…
- la práctica y personal: con la
ética, el carácter, civilización, virtudes y valores,
- la objetiva y erudita:
ciencia y disciplinas científicas del árbol del saber,
- y la aplicada y profesional:
técnica, competencia, capacitación, especialización.
Para eso, no son suficientes sólo las lecciones magistrales. Tampoco bastan las meras clases teóricas y los exámenes. Hay destrezas que necesitan otros ámbitos distintos para desarrollarse: desde los talleres o laboratorios, las reuniones y asociaciones, los congresos y seminarios, hasta los concursos o debates. Por eso es necesario también tener en cuenta objetivos que cubrir tales como:
- enseñar a colaborar en un grupo,
- orientar en tareas de investigación,
- indicar cómo preparar una presentación,
- mostrar cómo dirigir un equipo.
De ahí que haya papeles mucho más importantes que el mero aprobar exámenes. Eso no requiere más que lecciones y correcciones. Para eso, basta con libros y pruebas. Aquí se trata de lograr algo mejor, mucho más importante. Una universidad debe ser, ante todo, el lugar donde se dé…
- despertar el afán por el saber, enriqueciendo el pensamiento,
- desarrollar las potencialidades singulares de cada alumno,
- abrir la mente a otras mentalidades y visiones,
- educar en compartir y en participar dialogando,
- enseñar a comunicar e intervenir con respeto.
Constituye una necesidad imperiosa para la universidad, prestar una formación integral en la cultura, partiendo de la proximidad personal, porque cada estudiante es una unidad y se le debe educar como tal. Si no, corremos el peligro de forjar máquinas pero no hombres.
Para eso es imprescindible fijar unos valores probados e ideas firmes, que fundamenten las verdades profundas y principios básicos necesarios para guiar la vida y la conducta, tales como el respeto, la dignidad, la participación, la sociedad, la convivencia... No es otra la misión de la universidad que rescatar y resaltar la singularidad de cada persona.
De ahí que esta institución debe fijarse como base las relaciones propiamente personales, como son básicamente los lazos de amistad. No se trata de brindar una mera instrucción, como la militar. Se trata más bien de dar una educación: un “ex – ducere”, un conducir fuera, hacer brotar al exterior, esos tesoros íntimos que cada hombre alberga en su interior. La teoría sola, sin la práctica hecha vida y personalizada, queda incompleta.