Se oye hablar mucho de la Autonomía universitaria. Estupendo. Genial. Pero basta ya de mirarnos al ombligo. Hemos jugado demasiadas veces a Romery & Montgomery. Cambiemos la música. Europa entera arranca en la liga por la calidad, con todas sus universidades, en el EEES. Hay que cambiar la vieja mentalidad. Estamos ante un reto total: nuestros jóvenes disponen ahora de un espacio abierto para elegir cualquier centro universitario, con una oferta de 46 países. ¿Qué tenemos que hacer?
Sobran cacicadas y ganas de montar gresca follonera: en eso, creo que somos auténticos expertos. Pero faltan en cambio iniciativas responsables y compromisos serios. Sabemos organizar muy bien las protestas y algaradas, las manifestaciones y las pancartas, las reclamaciones y las exigencias. Pero dudo mucho que con todo eso hayamos conseguido mejorar en algo, y menos aún arreglar nada.
Todo el mundo se apunta encantado y entusiasmado a que no haya clases, a que se suspendan las actividades. ¿Y si intentáramos, sólo por una vez, trabajar más? ¿Por qué no probamos a hacer huelgas a la japonesa? Propongo practicar encerronas colectivas, de doce horas ininterrumpidas, desde las nueve hasta las veintiún horas, colmándolo todo de gente estudiando, en absoluto silencio, como si fuéramos cartujos, para demostrar que sí somos conscientes de lo que demandamos. Ahí se vería quien apuesta de verdad por progresar, y quién pretende en cambio que le den todo hecho y a la boca, para chupar más del bote.
Que nadie se engañe. No nos queda más que una opción: la universidad tiene que dar lo mejor de si misma, para lograr la excelencia. Así de claro. Sin enrollarme más, pues ahora estamos de exámenes, y no nos queda mucho tiempo libre, planteo aquí varias propuestas, basadas en tres principios:
- calidad,
- excelencia y
- productividad.
Y para eso, propongo tres valores:
- Libertad,
- Competitividad,
- Responsabilidad.
Dicho de un modo más explícito, me refiero a lo siguiente:
1.-Despolitización de la universidad: ya está bien de mítines. Da vergüenza hasta entrar en el Hall. Aquello parece más la sede de un sindicato caribeño, que un centro superior de investigación y de cultura. Para montar grescas, ya están los partidos políticos, los sindicatos y el parlamento. Aquí lo que se despacha es ciencia pura auténtica, nada de ideologías come-cocos bananeras.
2.- Valoración pública del rendimiento, de las aportaciones, del desempeño, anualmente y a todos, tanto a profesores y a personal de servicios, como a investigadores y a alumnos. Nada de criterios de antigüedad ni de historias retrógradas medievales: si alguien cumple, que siga adelante. Y si no cumple, se le expulsa. Punto. Igual que se hace con los estudiantes, cuando suspenden. Basta ya de funcionarios que no funcionan.
3.- Competitividad. Pruebas y concursos continuos entre las universidades. Que todo el mundo sepa qué universidad es la primera, y cuál es la última. Fuera con los igualitarismos inútiles tercermundistas, y adelante con el ranking competitivo de prestigio y de reconocimiento para cada centro. Que se conozca públicamente cuántos alumnos de cada centro sacan el MIR, las Judicaturas, las Notarías… Que se sepa de qué centro son los alumnos que demandan preferentemente las empresas líderes.
4.- Libertad de los estudiantes para elegir asignaturas, grupos y profesores. Basta ya de planes napoleónicos masificantes. Eliminemos el café para todos. Viva la libertad. Mayorcitos somos, para decidir cada uno lo que queremos aprender. Y luego, al mercado, a demostrar lo que uno vale.
5.- Prioridad de los sobresalientes en la selección de currículum. Que elijan cursos primero los mejores estudiantes. Que llenen los grupos antes los que más lo merecen. Nada de ir por orden alfabético, ni menos aún por sorteo (como si fuera un reparto de limosnas por caridad), sino siempre según los méritos académicos demostrados por cada alumno.
6.- Cheque escolar. Que nadie que lo merezca, tenga que pagar ni un euro, por estudiar en la mejor universidad que pueda. Eso sí, nada de dar la sopa boba. Nada de subvenciones. Nada de préstamos al honor. Nada de matrículas gratuitas. Que cada cual sepa lo que está pagando, lo que le está costando, lo que se está gastando. Sólo así lo valorará. De este modo se sentirá capaz de reclamar y exigir el servicio de calidad que demanda y merece.
7.- Autofinanciación. Que cada palo aguante su vela. ¿Presupuesto? Las matrículas de los alumnos. Nada más. El resto, que se lo saque cada universidad de sus publicaciones, títulos propios, congresos, avances, descubrimientos, investigaciones, ofertas, aportaciones y subvenciones privadas que logre de entidades y de antiguos alumnos. Veríamos entonces qué pasaba con esos colados perdiendo el tiempo y aburriendo a las aulas.
Creo que no es poco. Pero para empezar, me conformo con estos siete puntos. De todas formas, si se te ocurre algún otro más, no dudes en decírmelo: bienvenida sea aquí mismo tu aportación. Muchas gracias.
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