Atendida por su familia durante tantos años, sin que jamás sus hijos se plantearan desconectarla, Lourdes viviendo en coma ha sido parte importante de sus vidas. Sus tres hijos, dispuestísimos a cuidarla, Miriam, Yamil y María Ángeles, han estado unidos durante casi 9.000 días por una decisión: «Jamás desconectaremos a mamá de la máquina».
Lourdes murió hace dos días. Hasta anteayer, sus hijos afirmaban: «Cada día vemos cómo mi madre respira y sabemos que se da cuenta de algunas cosas, que experimenta sensaciones. Si en su momento no ocurrió nada... no murió, no entiendo por qué deberíamos hacer algo distinto ahora y dejar de alimentarla», afirmaba el miércoles Miriam, rodeada de sus hermanos, muy cerca de su madre.
Un cáncer acabó el día 14 con la vida de esta mujer. Antes de cumplir los cuarenta años, en septiembre de 1984, un derrame cerebral arrojó a esta médico anestesista a un coma del que ya no ha podido salir. Hasta el pasado jueves, sus tres hijos hacían turnos a la orilla de su cama del Hospital Laguna, en Madrid.
En su cabecera habían colgado su declaración firme, en una cinta con 13 letras mayúsculas de vivos colores: «A la mejor madre». Tal vez ese mérito le valió a Lourdes disfrutar a diario de todo cuidado de sus hijos, de sus padres y del personal del hospital. Ella respondía a su manera: reaccionaba a las caricias, se asustaba con los portazos, le incomodaban los aspavientos, le rechinaban los dientes cuando estaba inquieta y, por supuesto, sus lágrimas caían también, como le ocurrió más de una vez.
«Un día -explica María Ángeles- le dije a mi hermana: “¡Miriam, mira, mamá está llorando!”. Le pregunté, con mi monólogo de siempre, si tenía frío, calor o algún problema físico. Y le cayeron más lágrimas. Me quedé sorprendida. Ella percibe el cariño. Yo creo que lleva aguantando todo este tiempo por el cariño de la gente».
Cuando Lourdes entró en coma, Miriam tenía 15 años, Yamil, 13, y la pequeña, 9. «Mi madre era muy guapa, muy elegante, y le gustaba ir bien vestida. En aquella época usaba ya esas pastillas para ponerse morena. Y nos consentía mucho», recuerda María Ángeles. «Los primeros meses confiábamos en que se recuperara -afirmaba Yamil el pasado miércoles-, sobre todo cuando logramos ponerla en pie y que caminara, pese a que todo el mundo decía que era imposible. Pero después te das cuenta de que no va a despertar. Si lo hiciera, no sé qué pensaría si de repente se viera así, tan deteriorada».
Los tres hermanos coinciden en que la enfermedad de su madre les ha unido más. Su muerte lo hará también.
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