Acaba de suceder un acto heroico, conmovedor. El protagonista es... ¡nada menos que un niño! Se trata de un emigrante subsahariano, que decidido y valiente, sabiendo lo que se jugaba, ofreció su vida por salvar de ahogarse a un hermanito suyo. Al borde de sus fuerzas, tras una travesía desastrosa desde la costa africana, agarrado con desesperación a la patera volcada que arrastran las olas, prefirió cederle su puesto a otro chico más pequeño, quedándose él sin ayuda, ante el salvador que intentaba rescatarle.
Christian Hunt recuerda emocionado cómo al alcanzar la patera que se hundía, vio a un menor y que, cuando se disponía a salvarle, el chico le pidió en francés que ayudara primero a otro niño más pequeño, que ya sin fuerzas, pugnaba por mantenerse a flote. Todo un ejemplo vivo de generosidad, de valentía, de heroísmo y de entrega. Estos valores que tanto cuesta hoy encontrar en nuestro mundo ‘desarrollado’, podemos contemplarlos encarnados en un chiquillo 'sin civilización', que prefiere ayudar a otro menor, antes que salvar la propia vida.
El testimonio proviene de un surfero uruguayo, residente en Canarias, que ha salvado a seis de los veinte niños naufragados en la última patera hundida en el mar ayer ante Lanzarote. "Cuando llegué, todos ellos estaban morados, con síntomas de hipotermia y a punto de rendirse", relató. Uno a uno, y pese al malísimo estado del mar, con corrientes y oleaje, Hunt fue sacando a flote, a bordo de su tabla, a los seis únicos supervivientes.
Entre los cadáveres recuperados de las 21 víctimas, 15 eran menores, algunos de solo 7 u 8 años. Además, se encontró el cuerpo sin vida de una mujer embarazada. Los vecinos que participaron en el rescate, con miembros de los equipos de salvamento, se encontraban conmocionados por tener que sacar del agua los cuerpos de unos niños de tan corta edad; entre ellos, el de una pequeña de solo 8 años.
Los inmigrantes que corrieron peor suerte lanzaron gritos de desesperación y lamentos bajo la barca antes de desaparecer, según explicaron testigos de la tragedia. "Cuando llegué allí, lo que ví era tétrico: gente flotando a la deriva, la patera volcada y varias personas agarradas al barco", explicó Christian Hunt. Se estaban ahogando y gritaban tan fuerte pidiendo auxilio, que sus voces se oyeron desde las casas de Los Cocoteros (Lanzarote) más cercanas a la playa, de donde salieron a ayudarles a todo correr.
Unos se lanzaron al agua en busca de supervivientes. Otros arrojaron cuerdas para que los que se mantenían a flote se pudieran agarrar a ellas. Aunque atardecía, aún quedaba luz suficiente para ver una escena atroz: una patera volcada a apenas 20 metros de la playa, seis jóvenes luchando por mantenerse a flote y los cadáveres a la deriva de dos mujeres, una de ellas embarazada, y de una veintena de chicos, la mayoría niños de corta edad, a los que se les habían acabado las fuerzas para seguir luchando contra el océano.
Al volcar la patera, los inmigrantes que no lograron agarrarse al casco se vieron condenados. No sabían nadar y, además, muchos, para protegerse del frío de la travesía, llevaban varias capas de ropa. Cuando los sin papeles cayeron al mar, las prendas, totalmente mojadas tras 20 horas de viaje, se convirtieron en losas que les sumergieron en el océano.
1 comentario:
Copio del escritor premio Planeta José Luis Olaizola, publicado en su hoja local de la parroquia en Madrid:
UNA TUMBA ANÓNIMA
El pasado 16 de febrero tuvo lugar un drama al que, por desgracia, nos vamos acostumbrando. Una patera con 28 personas volcó en la costa Teguise, de Canarias, y sólo se salvaron seis.
Pero en esta ocasión el drama tuvo una circunstancia especial: sucedió a veinte metros de la playa de los Cocoteros y los pocos supervivientes pudieron lanzar gritos de auxilio, que fueron oídos por gente del lugar. Entre ellos por el surfista Christian Hunt quien no dudó en tomar su tabla y lanzarse al mar. Cuando llegó se encontró con un espectáculo dantesco: los tripulantes del cayuco no sabían nadar, o aún sabiendo, de pocos les sirvió porque cayeron al mar, y como llevaban varias capas de ropa para protegerse del frío de la travesía, las prendas se convirtieron en losas que los hundieron.
Unos pocos niños, morados, con signos de hipotermia, se agarraban al casco del cayuco. Hunt se dirigió al más próximo para tomarle en sus brazos, pero éste le dijo en francés que ayudara primero a otro niño que pugnaba por mantenerse a flote. Así lo hizo Hunt y cuando pudo volver, el primer niño había desparecido bajo las aguas.
Cuenta la prensa que como consecuencia de ese drama dieciocho lápidas en el cementerio de Arrecife carecen de nombre, pues no se ha podido identificar a los ocupantes de la patera. Una de ellas será la de ese niño héroe, tumba anónima a los ojos de los hombres, pero no a los ojos de Dios.
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