Dag Hammarskjöld, el segundo Secretario General de la historia de la ONU, reveló tras su muerte, en su diario íntimo, la vida interior de un político de una riqueza extraordinaria. Su profunda preocupación por los demás, sus deseos mundiales de paz y de unidad, su afán por cuidar de los más desfavorecidos, brotaban de sus ratos íntimos de trato con Dios. Fue Premio Nóbel de la Paz a título póstumo. Murió en 1961, volando en una misión de paz a África, en un atentado, como accidente de aviación provocado en el Congo.
Su diario comienza con reflexiones humanas. Pero a partir de un momento, empieza a elevarse hacia Dios. Poco antes de su muerte, alude al instante en que su vida se transformó: «Una vez dije Sí a Alguien o a algo. De aquel momento proviene la certeza de que la existencia está llena de sentido...» A partir de entonces hay un nexo permanente entre el quehacer del político -el servicio de los demás- y de saberse hijo de Dios, que es de donde se alimenta.
Mister H –como lo llamaban los periodistas– nació en Suecia el 29 de julio de 1905. Estudió economía y leyes en la Universidad de Upsala, graduándose a los 25 años. Durante cuatro años como Secretario del Comité de Desempleo, defendió a la vez su tesis en economía. También la poesía, la literatura y el arte moderno le atrajeron especialmente.
Desde 1948 fue diplomático y experto economista internacional. En 1951 representó a Suecia en la Asamblea de las Naciones Unidas. En abril de 1953 es elegido por el Consejo de Seguridad -por diez votos de once- Secretario General de las Naciones Unidas.
En una charla transmitida por radio expresó: “El mundo en el que yo crecí estaba dominado por principios e ideales de un tiempo muy lejano al nuestro y, al parecer, muy distante de los problemas que enfrentan al hombre en esta mitad del siglo veinte. De todas maneras, mi camino no significa alejarme de estos ideales. Al contrario, he sido llevado a comprender su validez también para el mundo de hoy.”
“De mi padre he heredado una creencia en que no hay vida más satisfactoria que la de un desinteresado servicio a la humanidad. Este servicio requiere un sacrificio de todos nuestros intereses personales, y también el coraje de mantener irrenunciablemente las propias convicciones sobre lo que es correcto y beneficioso para la comunidad.”
“Por mi madre heredé una fe que -en el sentido más radical de los Evangelios- todos los hombres son igualmente hijos de Dios, y deben ser tratados por nosotros como tales.”
“Los dos ideales que dominaron el mundo de mi niñez han sido totalmente armonizados y ajustados a las demandas de nuestro mundo de hoy en la ética… Pero la explicación de cómo el hombre debiera llevar una vida de activo servicio social, en completa armonía consigo mismo como miembro de la comunidad del espíritu, la encontré en los escritos de esos grandes místicos medievales para quienes la “negación de sí” había sido el camino de autorrealización, y quienes “en la simplicidad de espíritu” y “la profundidad del alma” han encontrado fortaleza para decir sí a cada demanda con la que las necesidades de su prójimo los han enfrentado”.
Según su parecer, el Secretario General de la ONU debía ejercer un desempeño equivalente al de la conciencia: “El Gobierno de las Naciones Unidas espera del Secretario General que tome la responsabilidad independiente, irrespectiva de sus actitudes, de representar el elemento imparcial en la vida internacional de los pueblos”.
Su diario póstumo comienza: «Querido Leif: quizás recuerdes que una vez te conté que llevaba una especie de diario, el que quería que un día llegara a tus manos: Aquí está. Lo empecé sin pensar que nadie pudiera llegar a verlo. Aunque haya seguido escribiendo para mí mismo y no para el público, si consideraras que merecen ser impresos, estás autorizado para ello. Es como una especie de “libro blanco” relativo a mis conversaciones conmigo mismo y con Dios».
El libro se titula “Marcas en el Camino”. En él pueden leerse frases como éstas:
«Sólo es digno de su poder, el que lo justifica día tras día».
«Tu cargo no te concede jamás el derecho de mando; sólo la obligación de vivir de tal manera que los demás tengan que aceptar tus órdenes sin humillarse».
«Sólo si tu esfuerzo es guiado por una entrega al deber en la que te olvides de ti mismo, podrás conservar la fe en su valor».
«¿Es raquítica la vida? ¿No será bien que tu mano es demasiado pequeña, que están empañadas tus pupilas? Eres tú quien ha de crecer».
«No midas jamás la altura de la montaña antes de alcanzar su cima. Entonces verás lo baja que era».
«La posición no te concede jamás el derecho de mando. Sólo la obligación de vivir de tal manera que los demás tengan que aceptar tus órdenes sin humillarse».
«A lo que tendrías que atreverte: a ser tú mismo. Lo que podrías ganar: que la grandeza de la vida se reflejara en ti, a la medida de tu pureza».
«No has hecho bastante, no habrás hecho nunca bastante, mientras exista la posibilidad de que algo en ti pueda llegar a ser de valor».
«Creer en Dios es, desde este punto de vista, creer en sí mismo. Tan evidente, tan ‘ilógico’ y tan imposible de explicar: si yo puedo ser, Dios es».
«La vida sólo tiene valor por su contenido para los demás. Mi vida, sin valor para los demás, es peor que la muerte. Por eso – en este gran aislamiento – he de servir a todos».
«Tienes que ser severo contigo mismo, en orden a tener el derecho de ser gentil con los otros».
«Pentecostés 1961.- No sé quién – o qué – planteó la pregunta. No sé cuando se formuló. No recuerdo qué contestara. Pero una vez dije sí a alguien o a algo. De aquel momento proviene la certeza de que la existencia está llena de sentido y de que, por lo tanto, mi vida tiene un objetivo en la sumisión. Desde aquel momento he sabido lo que es “no volverse a mirar atrás”, “no preocuparse del día de mañana”».
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