Sobra masificación en las aulas universitarias. El camelo lanzado de ‘universidad para todos’ ha resultado un fiasco. Universidad no es fábrica de títulos, sino algo muy distinto: es cuna de la ciencia, laboratorio de la investigación y elite de la cultura. Cosa harto diferente son los Centros profesionales, las Escuelas de preparación laboral, o los Institutos de especialización, capacitación, especialización o peritaje. Formar científicamente es una cosa harto distinta de preparar profesionalmente.
La universidad no es para todos. Eso es un error. La enseñanza universitaria es sólo para aquellos que estén dispuestos a sacrificar y dedicar los cinco mejores años de su vida a un fin altruista, un sacerdocio del saber impagado, sin gratificación práctica alguna. Es un tiempo dedicado gratuitamente a elevar el nivel sapiencial de la sociedad, a ampliar su mente y sus convicciones ante la Ciencia, la Cultura, la Sabiduría, la Crítica, la Investigación… formando su mentalidad y su persona en los valores, en el conocimiento, en la civilización y en el estudio.
La titulitis es la enfermedad contagiosa, endémica e incurable que aqueja a nuestra concepción social y familiar. Sin universidad, no llegas a ninguna parte (dicen). Falso. Más bien al contrario: con cinco años desperdiciados para nada, en los que has dejado de desarrollar tus verdaderas capacidades, es entonces cuando no llegas a nada. Tener un papel que asegura tus cinco años improductivos, no es ningún certificado de que tu sueldo mensual deba superar el mileurismo.
En el fondo, el pretendido mito universitario no consiste en más que en asegurarle al joven, hasta cumplir sus 23 o 25 años, por lo menos, que puede seguir viviendo de chupón como un menor de edad, juerga tras juerga, viernes tras viernes, con unas vacaciones de hasta cuatro, cinco o seis meses, aunque esté con edad y condición suficientes como para plantearse ser un miembro activo de la sociedad. Claro, si su preocupación es cómo me lo gasto, en vez de cómo me lo gano, así que no haya forma de emanciparle ni de promocionarle, por más control de la natalidad y fafarruchas progresistas que nos cuenten.
Lanzarles como potros en estampida, a desperdiciar cinco años de carrera (más los cursos repetidos), a miles de jóvenes indistintamente, ha sido el peor y más completo engaño que se ha podido cometer. Careciendo de los medios mínimos, sin atención personal, sin contacto con los docentes, sin la formación previa requerida, sin la preparación necesaria, sin saber qué buscaban… les han vendido una moto pinchada. Ser así universitario no es solución de nada, sino más bien creación de bastantes problemas.
La universidad no es para todos. Eso es un error. La enseñanza universitaria es sólo para aquellos que estén dispuestos a sacrificar y dedicar los cinco mejores años de su vida a un fin altruista, un sacerdocio del saber impagado, sin gratificación práctica alguna. Es un tiempo dedicado gratuitamente a elevar el nivel sapiencial de la sociedad, a ampliar su mente y sus convicciones ante la Ciencia, la Cultura, la Sabiduría, la Crítica, la Investigación… formando su mentalidad y su persona en los valores, en el conocimiento, en la civilización y en el estudio.
La titulitis es la enfermedad contagiosa, endémica e incurable que aqueja a nuestra concepción social y familiar. Sin universidad, no llegas a ninguna parte (dicen). Falso. Más bien al contrario: con cinco años desperdiciados para nada, en los que has dejado de desarrollar tus verdaderas capacidades, es entonces cuando no llegas a nada. Tener un papel que asegura tus cinco años improductivos, no es ningún certificado de que tu sueldo mensual deba superar el mileurismo.
En el fondo, el pretendido mito universitario no consiste en más que en asegurarle al joven, hasta cumplir sus 23 o 25 años, por lo menos, que puede seguir viviendo de chupón como un menor de edad, juerga tras juerga, viernes tras viernes, con unas vacaciones de hasta cuatro, cinco o seis meses, aunque esté con edad y condición suficientes como para plantearse ser un miembro activo de la sociedad. Claro, si su preocupación es cómo me lo gasto, en vez de cómo me lo gano, así que no haya forma de emanciparle ni de promocionarle, por más control de la natalidad y fafarruchas progresistas que nos cuenten.
Lanzarles como potros en estampida, a desperdiciar cinco años de carrera (más los cursos repetidos), a miles de jóvenes indistintamente, ha sido el peor y más completo engaño que se ha podido cometer. Careciendo de los medios mínimos, sin atención personal, sin contacto con los docentes, sin la formación previa requerida, sin la preparación necesaria, sin saber qué buscaban… les han vendido una moto pinchada. Ser así universitario no es solución de nada, sino más bien creación de bastantes problemas.
2 comentarios:
¿Y qué pinta Álvaro de Marichalar en un post sobre el esfuerzo en la Universidad? Pero si es el ejemplo perfecto de vivir del cuento, ¿a qué se dedica?,¿a dar la vuelta al mundo en moto acuática y cobrar una millonada por conferencias en las que nadie sabe qué puede aportar al mundo?
Cierto es. Soy repetidor y mi carrera, lejos de aportarme cosas, me quita tiempo de hacer otras. Trabajo desde hace más de tres... sin título aún.
Lo que me queda de carrera, para mí, es una carga, un cáncer... ganas de acabar de sacar un puñetero título que acredite que he hecho algo durante estos años. La Universidad no me ha dado trabajo (ni me lo dará)... pero ir por ahí diciendo que estoy en ella es lo que, de alguna forma, me hizo un día meter la cabeza en mi primer empleo de becario. Todo por mi cuenta, insisto: nunca a través de o por la Universidad.
Publicar un comentario