El mal de España es un mal de cultura. Triste y doloroso, pero cierto. “En España la cultura es como un animal en peligro de extinción. Existe en España un desfase notable entre nuestro desarrollo económico (más que bueno) y nuestro desarrollo cultural. En lo económico nos vamos acercando a trancas y barrancas a los niveles de riqueza del resto de nuestros vecinos, pero sin embargo el crecimiento cultural no está siendo parejo y países de reciente ingreso con niveles económicos mucho menores que nosotros demuestran una riqueza y un interés cultural mucho mayor” (Blog de Roger Bronchal).
Sesenta millones de extranjeros visitan anualmente la piel de toro. La economía sube. La población aumenta. Turistas y emigrantes ansían la península como el mejor paraíso. Sobran recursos… pero aquí algo falla. El peso muerto que lastra una sociedad está, como el retraso histórico de todo pueblo, en la falta de una cultura intelectual superante, abierta y lúcida, amplia y profunda: un saber acertado de valores e ideas que motiven el interés por aprender, por esforzarse en pensar y por exigirse en cultivar la inteligencia.
Por todo ello, la situación actual de las aulas aquí es alarmante. Los estudiantes, los docentes, los artistas, investigadores y escritores son la mente y el cerebro de un grupo social. Pero si es la cabeza lo que nos falla… Muchos piensan que el sistema educativo que tenemos deja mucho que desear, por datos palpables a todas vistas:
· son muchos los alumnos que aprenden poco: los temarios son de contenidos mínimos,
· la escolarización se sirve frecuentemente en masa, despersonalizada y al montón,
· fallan la exigencia y el nivel, que no son competitivos ni elevantes,
· los estudiantes llegan mal preparados a la universidad o al mundo del empleo,
· se desinteresan de la cultura y por los estudios y la formación permanente,
· se expresan mal por escrito o de palabra en su propio idioma,
· rechazan el esfuerzo y el afán por superarse profesional y culturalmente,
· dedican comparativamente muy escaso tiempo a la lectura,
· se comportan socialmente de modo inadecuado, impropio de veinte siglos de cultura.
Las familias culpan, obviamente, en primer lugar a la escuela y a las sucesivas reformas educativas, que no han llevado sino a peor. Lamentan, por lo que han oído y ven, que nuestro país siga siempre a la zaga de los países desarrollados en materia de resultados en la escolarización.
También se acusa particularmente a los políticos de no cuidar un tema tan trascendental, mientras, por el contrario, permanecen uncidos a discusiones ideológicas, propensiones nacionalistas, reproches a lo anterior y, lo más grave, falta de acuerdo. Cada nuevo gobierno altera lo del precedente, en vez de confirmarlo o de robustecerlo.
Por su parte, los profesores de secundaria se quejan de cómo vienen preparados los alumnos de la escuela primaria, y los de la universidad se quejan de los unos y de los otros. Nadie o muy pocos parecen estar contentos con el funcionamiento de esta ‘máquina de la educación’ que aquí tenemos, catalogada frecuentemente de defectuosa, renqueante e ineficaz. Estas cuestiones son respondidas en el libro ‘La máquina de la educación. Preguntas y respuestas sobre el sistema educativo’ (Ariel, Barcelona 2006, 254 pgs.). Sitúa el problema ante una perspectiva internacional y busca posibles cauces de mejora.
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