¿Será de verdad posible? ¿Habrá clases dialogadas, como Platón en la Academia? ¿No parece esto un sueño? ¿No era lo previsto que fuera un monólogo del sabio profesor, que en clase fuera él solo quien tuviera sólo y siempre la razón?
Además, muchas veces, ‘discusión’ suena a pelea… aunque -en realidad- esto parezca más latino que anglosajón: Speaking so that others want to listen, listening so that others want to speak [Hablando tal, que otros quieran escuchar; escuchando de tal modo, que otros quieran hablar].
Nada hay más universitario que los debates, ni más civilizado que dialogar. En esto consistía lo más deseado y esperado de las celebraciones universitarias, hace mil años: las Quaestiones disputatae, confrontaciones de los grandes profesores más sabios, discutiendo en torno a un tema. Nada de bombos mutuos, ni de alabanzas adultantes.
¿Qué son hoy si no los foros? Aportaciones de especialistas que contribuyen con su bagaje, a agrandar y enriquecer el entramado de la cultura. ¡Viva la discrepancia, arriba con el diálogo, adelante con la crítica y felices con las diferencias! Me niego a admitir el pensamiento único, la verdad oficial, la visión cerrada, el adoctrinamiento y los planteamientos totalitarios.
Nos falta aún más de un trecho que avanzar. Debemos entender la discusión como la actividad humana más sana y enriquecedora: un razonar compartido, un deliberar conjunto, repasando y compartiendo experiencias, sopesando saberes, confrontando opiniones y revisando pareceres, con total libertad y respeto, sin caer jamás en una confrontación visceral de planteamientos y creencias, que sería lo más triste.
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