Tras pegarme una auténtica paliza de viaje, por ahorrarme unos euros (sarna con gusto no pica), aterrizo por fin en la piel de toro. Les saqué buen partido, pues me vi cuatro pelis estupendas y me hice un buen número de amigos, mientras esperaba aviones en Heathrow y en Boston. Tras superar el mal de vuelo (jetlag), es momento para repensar lo vivido.
Cuarenta días en USA, se te pasan la mar de rápido. Más aún, si vas allí dispuesto a sacarle partido hasta el último minuto. Yo pensaba que vivir poco más de un mes rodeado de yankees no iba a suponer muchos cambios. Pero ¡ya lo creo que se nota!
Como hombre avispado que soy, me acordé de comprarme en los chinos por 60 céntimos un acoplador de enchufe al modelo americano. Resulta que en vez de los dos agujeros redondos que tienen nuestros enchufes, allí mantienen el viejo modelo (años sesenta) de dos planchas paralelas, como antaño aquí tuvimos.
Pero lo que no previne, es que la corriente allí funciona a 110, en vez de 220. Con lo cual, a la semana de levantarme tarde por no sonar el despertador, descubrí que su flujo eléctrico era inoperante en mi móvil, máquina de afeitar, etc. Añádase a eso todo el cambio de unidades: los litros son galones, los metros son pies, los kilómetros son millas, los euros son dólares...
Si coges el teclado del ordenata para escribir, olvídate de encontrar la eñe. Y si buscas los acentos, estás más pedido que una monja en un guateque. Cada vez que pretendes pulsar la @ arroba, has de cambiar la tecla Alt por la tecla de mayúsculas. Todo eso genera unos vicios al teclear, que luego te cuesta un montón cambiar. Se habitúa uno a escribir ‘Espania’ y a proponer tomarse unas ‘canyas’.
Los precios bajan en New York a medida que desciendes de calle. El establecimiento Old Navy de la calle 34, tiene el doble de caros LOS MISMOS ARTÍCULOS que ofrece la misma firma en la calle 14. En Lenxington compraba 30 postales sólo POR UN (1) DÓLAR, y cincuenta sobres de carta por dos (2) US dolars.
La entrada a los museos es de pago. Si no abonas la entrada, no entras. Anunciados encima de las taquillas dispones de los precios recomendados: para adulto, para niño… Sin embargo, tú puedes pagar LO QUE QUIERAS, aunque sea únicamente una moneda de un centavo (0’07 céntimos de euro). Como suena. Increíble.
El respeto a las normas cívicas es allí sagrado. Saltarte una cola resulta inconcebible. Y las normas sociales son de obligado cumplimiento, como pagarles propinas al barman del 10% de la consumición, como mínimo. Con todo, me subí a un autobús el día que me terminaba el ticket. El conductor, en vez de cobrarme, me dejó pasar gratis indicándome que recargara la tarjeta en la máquina que pillase. El tránsito en Ferry desde el final de Manhattan, pasando junto a la isla de la estatua de la Libertad, hasta Staten Island, es totalmente gratuito.
Todos son americanos, aunque la mayoría (por no decir la totalidad) vienen de fuera. Lo más genuino que logras encontrar son ciudadanos de segunda generación, nacidos en USA pero de padres foráneos. Por eso nadie se siente allí de fuera, ni te miran al pasar, ni se extrañan por raro que seas, ni por lo extraño que hables o por lo folklórico que te vistas (cientos de personas van ataviados con turbante indú y vestidos a pleno estilo brahmán, otros van de luto riguroso con quipá judía u ocultas con el velo islámico). El mundo entero está allí representado.
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