¿Joven o mayor? ¿Foráneo o autóctono? ¿Alto o bajo? ¿Pobre o rico? ¿Melenudo o con entradas? ¿Herencia o ambiente? –Eres como eres. Nada más y nada menos. Con valores, fortalezas y debilidades, con tu modo propio de ser: aciertos y fallos. Conócete, analiza tu carácter, y si a alguien le molestan tus años, tu estilo o tu facha... Ríete del qué dirán. ¡En la variedad está el gusto! Lo importante somos las personas. Edad, salud, personalidad... no son lacras ni borrones. Buscar lo bueno, que se posee, y disfrutar con ello. Cada uno somos como somos, con virtudes y defectos, como nuestros padres nos nacieron. En todo hay ventajas aprovechables y pegas evitables: desde la imprudencia juvenil, hasta el temor longevo.
“Si yo fuese rico, alto, grande, fuerte o presidente, entonces sí que...” ¡Fuera añoranzas, nostalgias, suspiros y complejos! Aprovecha tu presente: no envidies los futuros, que no sabes aún si llegarán, ni lamentes los pasados, que ya se fueron. Vive en la realidad. Explota tus ventajas. En cada período de la vida, hay que sacar provecho del momento real en que te encuentras. El universitario, formándose como estudiante; el adolescente, con sus afanes; el profesional, con su dedicación. Sobran esos falsos estereotipos de moda, uniformantes e impuestos, de pretendida eficacia y productividad. Los valores primordiales de la sociedad y del hombre, no son ni el dinero ni la riqueza material.
¿Por qué acusar a los jóvenes de inconscientes? La juventud va cargada de entereza y valentía, esfuerzo y coraje, audacia y valor, vitalidad y alegría, ideales y proyectos, fuerza emprendedora y generosa entrega. Lo que no se ansía o no se planea antes de los veinticinco años, es casi imposible conseguirlo más tarde. Saber qué has buscado y a qué te has dedicado en tus años mozos, da una clave para entender tu vida. Ser chica es un valor. La feminidad añade a tus obras un perfil de perfección consumada, acabamiento y gusto, belleza y atractivo, intuición y sexto sentido, perspicacia y constancia, eficacia práctica y creatividad, cuidado del detalle y afecto entregado.
¿Y la infancia? Nada más sencillo que un niño, con su confianza y descomplicación, su naturalidad y candor, su inocencia y cariño... No hay mejor ejemplo de vida tranquila y serena, en la que todo tenga siempre arreglo. Su opuesto, los mayores, son también un modelo de abandono y consumación, valorando lo verdaderamente humano e importante, la sabiduría acumulada por experiencia de la vida. Son fuente de consulta e historia viva en presencia del pasado que encarnan.
Los enfermos y dependientes tienen también una grandísima importancia: juegan un papel fundamental. Demuestran la fuerza y resistencia de nuestra cadena social, pues ellos constituyen su eslabón más débil: nos muestran cómo protegemos a los indefensos. Son el recuerdo para no olvidar que sólo un virus o un accidente, bastan para dejarnos necesitados de ayuda. Podríamos seguir añadiendo otros factores humanos que enriquecen a las personas. Pero con este sencillo repaso es suficiente.
No cabe denostar ni deformar ningún factor humano, rechazándolo o hipotecándolo en favor de otro, disfrazándolo so pretexto de obtener logros: niños fingiendo ser adultos, mayores pretendiendo ser jóvenes, sanos actuando como enfermos, pequeños afectando ser grandes... Engañándonos con lo que no somos, perderíamos la maravilla de disfrutarlo, sacando todo el jugo al papel que cada momento nos brinda y nos permite en nuestra vida.
1 comentario:
Sin duda, una gran reflexión.
Muchas veces nos olvidamos de sacar lo mejor de nosotros mismos en cada etapa de nuestra vida.
Intentaré mantener las dotes de positivismo que aquí nos propones.
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