15 diciembre 2006

Tiempo y felicidad

¿Nunca has querido parar el tiempo? Quedarte inmóvil en una situación feliz… disfrutando con quienes más quieres. ¿La urgencia te arrastra? ¿Compartes en torno a ti un espacio sosegado y sereno, apacible y tranquilo? Eso es la eternidad: un deseo hoy más acuciante, ante la rapidez imparable que impregna nuestras vidas. Nos movemos ansiosos, supeditando toda nuestra existencia al factor temporal. Es el crono quien nos manda. Sin embargo, no debe ser así.

La vida está para gozarla. El tiempo está para que nos deleite, no para que nos envejezca y destroce. Nos corresponde a nosotros darle ese valor y sentido auténtico que realmente tiene, esto es, poder vivir felizmente nuestra vida, sin agobios ni estrés.

La frase tan manida “no tengo tiempo” sólo demuestra nuestro desorden, nuestra nulidad para disfrutar las situaciones. Queremos hacer de todo, pensando que verdaderamente dispondremos de más tiempo, cuanta más actividad abarquemos. Craso error. El tiempo es el mismo, mírese como se mire. La clave para dominarlo es el orden en su adjudicación. Acertar en el qué, en el cuándo y en el cuánto, en vez de buscar sólo su pretendido “aprovechamiento”.

Aunque parezca extraño, rapidez y felicidad pueden resultar antagónicas. No podemos controlar el tiempo, sino sólo nuestros actos. Eres dueño de tu horario, pero esclavo del reloj. Disponer de tiempo es uno de los mejores placeres de la vida. Esa es la verdadera libertad. Percibir el tiempo que transcurre y dar sentido a lo que se hace. Así sabremos reaccionar generosamente ante los imprevistos, atendiendo a quienes nos necesiten, sin huir de ayudarles so pretexto de una acuciante actividad. Sólo puede obsequiar con su tiempo, quien sabe de verdad disfrutarlo.

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