Madurar no significa imponerse. Eso es cerrazón mental: pobreza de miras. La riqueza está más bien en lo contrario: en abrirse a los demás y saber comprender a otros. Es lo que vulgarmente se llama ‘ponerse su camisa’ o ‘meterse en su pellejo’. La amplitud de nuestra inteligencia, se mide según nuestra capacidad de hacernos cargo de otros enfoques, de nuevos planteamientos y perspectivas, diferentes al nuestro.
Eso no significa renunciar a nuestras propias convicciones. Menos aún supone que nos dé absolutamente igual lo equivocado que lo acertado. Pensar es ser capaces de entender y comprender las discrepancias, aunque no por ello las justifiquemos ni menos aún las trivialicemos. Existen muchos otros modos más de pensar diferentes del nuestro, más divertidos, más ricos, más cuidados, más originales… por mucho que no los compartamos, o incluso aunque disintamos o discrepemos de ellos.La fortaleza de nuestros principios se demuestra en nuestra serena y razonada forma de defenderlos. Si tanto insistes en esgrimir tus motivos, se ve que debes estar muy poco convencido de ellos, o que tienes miedo de que otro razonando te rebata tu posición, usando mejores argumentos.
Ahí es donde se ve la grandeza del hombre. No en el ególatra creído sabelotodo, sino en el humilde y sencillo dialogante. Ése es uno de los motivos que convierten al ser humano en un ente social por naturaleza. No es otro el camino que lleva al progreso y al avance de la civilización: la apertura, la universalidad, la comprensión. La plenitud está en poder compartir nuevos esquemas con cualquiera, y saber abrirse a nuevos planteamientos, puesto que cuatro ojos ven más que dos: mente clara, corazón abierto, espíritu grande.













































