10 noviembre 2007

El arte de dialogar

Conversar es el más dulce placer. Es el modo más humano, más feliz y más inteligente de relacionarse. Es lo que más nos enriquece y más nos une: compartir informaciones y pareceres. Cuando discutimos, no tratamos sólo de ver si es mejor matemática o estadísticamente un punto de vista que el otro.

El mundo no se arregla en ninguna charleta de café, ni en ninguna tertulia de barra del bar. Lo que sí se arreglan y enriquecen -y bastante, dicho sea de paso- son las mentes de los participantes: tanto hablando, como escuchando. Exige aún más inteligencia saber escuchar y entender, que saber hablar y expresarse.

Ver el discutir como enfrentarse, demuestra tener muy poca cabeza. No se trata de ver en las conversaciones cuándo es mejor tu modelo o cuándo lo es el mío. Se trata más bien de ejercitarnos ágilmente en relacionarnos entre nosotros, conviviendo intelectualmente, mostrando la visión de nuestro discurso, compartiendo planteamientos, sosteniendo cada uno distintas ideas… y no necesariamente por ello equivocadas ni enfrentadas.

Hemos de partir siempre de la base de que todos somos inteligentes, cada uno a su nivel: los niños como niños, los mayores como mayores… pero de todos se puede aprender algo interesante, al menos cómo rebatirlo. Si no, sería absurdo de entrada que comenzáramos a hablar juntos. Sería absurdo e inútil que conversáramos sobre nada.

Es decir, que si yo tengo un entendimiento claro, y con él sostengo una convicción, asumo que esa idea debe ser válida y correcta. Pero mi visión no es total y absoluta: al menos es cuestionable o confrontable. Eso no significa que yo sea débil o idiota, sino sencillamente que no me creo perfecto, pues no tengo porqué disponer en mi mente de todos los puntos de vista actualizados posibles.

No hay comentarios: