Les he regalado este libro en Navidades a Luis y a Tomas, dos grandes amigos míos. Aquí lo resumo, por si te interesa. Desde luego, te lo recomiendo con toda mi alma. Va a darte más luces este escrito, que cualquier árbol de navidad...
Sergei Kourdakov es un marino de la Armada Soviética que se crió en orfanatos y escuelas estatales bolcheviques. Nació en 1951 en Siberia, donde su abuelo, Iván, había sido desterrado por Stalin al negarse a entregar todos sus bienes. Iván Kourdakov murió en 1937, destrozado de la espalda y el abdomen. A Nikolai, padre de Sergei, fiel oficial de Stalin, le eliminó Krushchev en una purga para evitarse enemigos. La madre de Sergei murió pocos meses después. Con sólo cuatro años y sin padres, Sergei tuvo que sobrevivir solo haciendo su vida, robusteciéndose y endureciéndose.
Por su reciedumbre excepcional, valentía, ambición y cualidades de líder, llegó a ser jefe de varias Ligas Comunistas Juveniles. En 1966, a los 15 años, fue designado jefe de la organización juvenil comunista de Barysevo, lo que le dio la oportunidad de entrar a estudiar en la Academia naval de Leningrado. En 1968 lo destinaron a la Academia naval de Petropavlovk en Kamchatka, a 640 Kms de distancia. Allí lo nombraron jefe de la liga juvenil comunista de la Academia, que contaba con más de mil doscientos alumnos.
En mayo de 1969 fue reclutado, junto a otros veinte jóvenes, para hacerse cargo de una división especial de acción clandestina de la policía, que perseguía y torturaba brutalmente a los grupos de cristianos ocultos, a los que el comunismo ruso consideraba como un enemigo público. Existen testimonios, como en Petropavlovsk-Kamchatsky, “the city where Sergei Kourdakov claimed to have led 150 raids against Christians” (puedes verlo en “Forgive me, Sergei”).
Sergei Kourdakov sse convirtió en un matón bestial, un prometedor jefe de las Juventudes Comunistas, criado en la jungla de los orfanatos soviéticos. Su “trabajo” era apalear cristianos y destrozar Biblias, mientras esperaba un ascenso por tan “encomiosa” labor. Hasta que contemplando sin poder creerlo el sufrimiento y el amor de las personas a las que machacaba, encontró a Dios: dio con la fe.
Como respuesta a sus puñetazos y apaleadas, jamás había recibido un gesto o una palabra de violencia por parte de sus perseguidos. En una de aquellas razias pudo descubrir atónito cómo estas personas les perdonaban de corazón y rogaban por sus propios perseguidores. Era más de lo humanamente soportable. En 1970, durante una operación en la calle Okeansakaya n° 66, encontró a una bellísima joven, Natacha Zdanova. Poco después, otra noche, Víctor, uno de los matones que siempre le acompañaba, desfiguraba a puñetazos el rostro de Natasha en una racia. Kourdakov reconoció a la víctima: él mismo le había dado otra paliza unos días antes.
La mirada de aquella joven terminó de descuadernar a Kourdakov, y le hizo entender que existían razones más poderosas para dar la vida. Las últimas palabras de su libro son para aquella joven: “Natasha, en gran parte ha sido gracias a ti como mi vida ha cambiado y soy un creyente en Jesucristo como tú. Tengo una nueva vida por delante. Dios me ha perdonado, espero que tú también me perdones. Gracias, Natasha, donde quiera que estés. ¡Jamás te olvidaré!”.
Tras su conversión, desengañado, huyó de Rusia. Navegando en 1973 de oficial de radio en un barco en las costas de Canadá, se echó al mar nadando en plena tempestad invernal, a bastantes kilómetros de distancia de la costa. Al llegar a este país hizo planes para dirigirse a la juventud rusa través de la radio, pero cuando estaba a punto de comenzar esas emisiones, justo antes de iniciar su colaboración con la disidencia, muere de un disparo en misteriosas circunstancias.
En principio se difundió la idea de que Kourdakov se había suicidado. Luego se dictaminó que había sido un mero accidente. Pero Sergei, que se sentía amenazado, ya había advertido que, si le sucedía algo, “tendría toda la pinta de ser un accidente”. Antes de morir, este inmortal personaje nos había dejado escrita de su propia mano su vida, en una palpitante autobiografía titulada ‘El esbirro’: un emocionante best-seller mundial.
Este libro no solo muestra en primera persona qué ocurría en el comunismo detrás del telón de acero. Sus páginas testimonian la experiencia cotidiana de la persecución más salvaje, viviendo en un mundo rabiosamente antirreligioso y anticristiano. Muestra cómo en este ambiente tan hostil, los despectivamente llamados “creyentes” por el régimen de la URSS, a pesar de sufrir una humillación y persecución constantes, siendo desterrados a Siberia y martirizados, irradiaban una fuerza espiritual capaz de convertir a sus propios verdugos.
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