02 noviembre 2008

Gente maravillosa

Tengo un amigo sensacional. Se llama Álvaro. Cumplió 26 años este mes de septiembre. Está en cuarto año de Residencia haciendo las prácticas del MIR de medicina, en la especialidad de Cirugía General. Es de Sevilla, de familia numerosa, de origen jienense. Juega al fútbol como un campeón. Tiene un corazón más grande que el planeta Júpiter. Es más majo y más bueno, que los billetes de 500 euros.

¿Por qué te hablo de él? El Doctor Álvaro no se considera a sí mismo una persona rara, ni menos aún excepcional. Yo sí que pienso, sinceramente, que no hay muchos como él.

Es alegre, entregado, simpático, ágil, deportista, atento y cordial. Amigo de todo el mundo, servidor de todo el que lo necesite, en su clínica le apodan a sus espaldas “el petitsweet”. Mi madre fue revisada por él de su última operación, y no deja nunca de agradecérselo con un regalo por su cumpleaños.

No es fácil su tarea. Las prácticas médicas en la residencia le obligan a tragarse más guardias y más urgencias que un recluta. Resulta muy duro pasarse cinco años enteritos, estando disponible para saltar de la cama a media noche y entrar corriendo de cabeza al quirófano para operar a un paciente, sin más tiempo que el necesario para escuchar su diagnóstico. Eso exige mucha dosis de desfogue y de descanso, para no caer roto.

¿Cómo se organiza nuestro doctor para recuperarse? Atención. Estos últimos años ha dedicado sus vacaciones, no precisamente a la playita de su querida Andalucía, no. ¿Dónde ha estado? Ha promovido con sus compañeros de clínica estancias en zonas inaccesibles para tratamiento médico, prestando su ayuda a los enfermos, nada menos que en el norte de Kenia, a horas de distancia de la más cercana civilización.

Previamente, Álvaro se ocupa de conseguir ayudas públicas y privadas, de laboratorios farmacéuticos y de instituciones, para acumular medicamentos y material de enfermería, así como gafas y otros útiles sanitarios, normales en occidente, pero allí impensables. Eso lo hace con toda profesionalidad, pero sin descuidar al tiempo ni un ápice sus deberes habituales.

Llegado Agosto, cargado con sus pertrechos y acompañado por sus amigos, se tiran semanas haciendo más trabajo ‘como relax’, sólo que a la aventura, ellos solos, más difícil, sin medios, fritos de calor por las noches y durmiendo con mosquiteras, dedicados a más de lo mismo que en los once meses precedentes: curaciones, tratamientos, revisiones, operaciones…

Lo que se mama, se cría. La familia de Álvaro, de cinco hermanos, es para quitarse el sombrero. No me extiendo aquí hablándote de ellos, pero te caerías de espaldas si te los presentase. Entiendo bien que si has nacido en un hogar empapado de cariño, lleno de servicio mutuo y desinteresado, repleto de atención y cuidado de unos por otros, te parezca la cosa más normal vivir siempre haciendo tú otro tanto por los demás, con la mayor naturalidad. Gratis repartes, lo que gratis recibiste.

Hay gente buena, hay gente aún mejor, hay gente estupenda, y existen también todavía grandes héroes pero sencillos, como mi Doctor Álvaro. Su conducta es para mí un modelo encomiable de persona que admirar, un ejemplo maravilloso de amigo que imitar, y una meta extraordinaria de valores a la que aspirar. Desde aquí, con toda mi alma, le mando mi más fuerte abrazo, con el más sincero deseo de que siga así siempre, y nunca cambie. ¡Aúpa, Álvaro!

No hay comentarios: