Tenemos unas perspectivas bastante oscuras. No me refiero al color de la epidermis de Barak Obama. Hablo de la realidad laboral y social nuestra, desde aquí hasta al menos dentro de dos o tres años. Que nadie sueñe con ver cumplidas las promesas de las inversiones municipales de marzo, ni del Plan E de Zapatero (Por cierto: rogaría que alguien me presentara los anteriores planes “A”, “B”, “C” y “D” suyos, porque no he tenido el gusto de saludarles siquiera).
Según los datos más recientes, de enero de 2009, tenemos sufriendo en el paro actualmente -y vamos a peor- nada menos que a un tercio -el 30%- de los menores de 25 años en edad de trabajar. Y el resto, no es que estén cobrando precisamente un suelo muy digno, que digamos. Están obligados a aceptar unas condiciones laborales mileuristas insoportables.
Ha concluido aquel falso sueño del progreso imparable. Esa falacia funcionaba con el mismo truco de Madoff, o como la seguridad social: a costa de pagar a los que salían, con las aportaciones en aumento de los que entraban. Pero ahora sucede al revés: entran menos de los que salen, los cuales duran más que aquéllos. Además, los ancianos consumen el doble de lo que los nuevos jóvenes ingresan. Alguien ha gritado, como en el cuento: “¡El Rey va desnudo!” Se ha desvelado que el sistema actual es insostenible.
Hemos trasladado el problema a diez años después. Los ayer 38 millones de españoles, somos hoy 46. ¿Cómo se explica el milagro? ¡Si la natalidad no ha cesado de descender! Ha sido a costa del inmigrante. Los famosos cinco millones reconocidos de sin papeles, resultan ser en las cuentas al menos diez millones.
Mano de obra barata. Gente joven y productiva, sin cargos de costes por enseñanza ni por servicios. Sobrios y dispuestos a trabajar a cualquier precio. ¿Quién soñó con que eso podría ser eterno? España recibiendo constantemente hijos nacidos fuera, que llegaban ya mayores de edad, y con la mili echa, como se decía antes. Todo aportación, nada de coste.
Ese globo laboral pinchado sólo ha servido para ofrecer trabajos basura en condiciones contractuales ínfimas y por un salario infame, que no deja otra solución que atrincherarse en la casa paterna o el piso-zulo. El famoso confort de los países ricos, se ha demostrado una vez más basado en la privación y en el expolio de otros.
Ha llegado el momento de traspasar esa misma insolidaridad aplicada al inmigrante, también a nosotros mismos, o lo que es peor, a nuestros jóvenes, que ahora les toca pagar los platos rotos y pechar a su costa con todo, por el egoísmo y por la ceguera de sus padres, que no han querido emular los esfuerzos de sus abuelos. Que Dios nos salve.
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