Somos personas, seas de donde seas o pienses lo que pienses: seres con capacidad de conocer y de comunicarse. Es la certeza primaria e indiscutible. Negarlo, cortaría de raíz toda posibilidad de comunicación, pues no compartiríamos una base común sobre la que dialogar, negociar, discutir, consensuar o convencer. Puede que parezca evidente, pero no siempre es así.
Nada por encima de la “realización” de cada persona. El individualismo típicamente liberal defiende, indudablemente, la libertad, pero no va más allá. Le es demasiado cómodo quedarse en el respeto a la dignidad y a la libertad del sujeto singular y elude elaborar un discurso social, una ética de mayor envergadura que la meramente utilitarista y pragmatista.
El punto de partida incuestionable es la afirmación de la igual dignidad de toda persona por el hecho de ser persona, previa a toda concesión o acuerdo. Pero el individuo existe en sociedad. El ser humano se comunica, se abre a nuevas realidades, tiene la facultad de trascenderse a sí mismo, de superarse y de incorporar nuevas experiencias y nuevas ideas. Esto sería sencillamente imposible sin la interrelación con otros seres humanos: sin fraternidad (ya sea la fraternidad de que hablan las ideologías o las religiones) no podemos construir un mundo verdaderamente humano.
Los seres humanos constantemente necesitamos abrirnos y salir de nosotros mismos y del contexto en el que estamos. La religión, el arte y el pensamiento son los pocos refugios que nos quedan en un mundo que parece abocado a la pura contingencia, a la finitud y a la muerte. Lo importante es que todos, vengan de donde vengan, crean lo que crean, puedan participar en la fraternidad y en la edificación de una sociedad del conocimiento, intelectualizada, desmaterializada, capaz de conquistar nuevos espacios de libertad y de acción, que no se queda en el aquí y ahora.
Lo que nos une es la capacidad de relacionarnos intelectualmente, de intercambiar ideas y opiniones, de apreciar las creaciones artísticas de cada civilización. La posibilidad de comunicarnos y de ser partícipes de la interioridad de los otros, a la vez que revelamos la nuestra propia es, a mi juicio, lo más definitorio del ser humano.
Sólo el diálogo, la comunicación, las maravillas del arte y del pensamiento, y la asistencia de otras personas pueden crear un mundo cada vez más desmaterializado y menos dependiente de lo material; un mundo cada vez más libre y humano: supra-humano, porque lo humano es, ante todo, superación. Entonces estaremos en las puertas de un mundo nuevo, donde lo humano (actualmente regido por el interés meramente material, por la ambición y por la voluntad de poder) sea superado por lo supra-humano: el conocimiento, el arte y la fraternidad.
Todo lo que promueva esa capacidad de comunicación, de intercambio, de apertura más allá de nuestro yo, será un ejemplo de progreso. El ser humano ha descubierto en el conocimiento y en el arte un espacio de libertad, casi infinito. Construyamos, así pues, una sociedad donde prime cada vez más el conocimiento y la belleza, donde todos los pueblos de la Tierra tengan acceso a ese ingente legado.
Lo que nos une es la capacidad de relacionarnos intelectualmente, de intercambiar ideas y opiniones, de apreciar las creaciones artísticas de cada civilización. La posibilidad de comunicarnos y de ser partícipes de la interioridad de los otros, a la vez que revelamos la nuestra propia es, a mi juicio, lo más definitorio del ser humano.
Sólo el diálogo, la comunicación, las maravillas del arte y del pensamiento, y la asistencia de otras personas pueden crear un mundo cada vez más desmaterializado y menos dependiente de lo material; un mundo cada vez más libre y humano: supra-humano, porque lo humano es, ante todo, superación. Entonces estaremos en las puertas de un mundo nuevo, donde lo humano (actualmente regido por el interés meramente material, por la ambición y por la voluntad de poder) sea superado por lo supra-humano: el conocimiento, el arte y la fraternidad.
Todo lo que promueva esa capacidad de comunicación, de intercambio, de apertura más allá de nuestro yo, será un ejemplo de progreso. El ser humano ha descubierto en el conocimiento y en el arte un espacio de libertad, casi infinito. Construyamos, así pues, una sociedad donde prime cada vez más el conocimiento y la belleza, donde todos los pueblos de la Tierra tengan acceso a ese ingente legado.
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