Un chico blandengue y maleducado es un esclavo de sus caprichos y una víctima de sus propios gustos. Incapaces de auto exigirse, atados a sus apetencias, dominados por sus tendencias… ése es el triste modelo actual de niño y de joven, protagonista y heredero de nuestra débil cultura del bienestar.
¿Qué es, sino la austeridad, lo que fortalece a las personas? Sólo progresa y avanza, el que se exige. ¿Cuándo se ha mejorado nada, sólo a base de consentirlo todo? Ni en el deporte, ni en el estudio, ni en el comportamiento, ni en la formación, ni en el aprendizaje... la ley del mínimo esfuerzo ha servido nunca para lograr nada útil.
Mañana llegan los regalos de Reyes. Les damos hoy de todo a los chicos. Nuestra única preocupación es ‘que no sufran’, para ‘que no se traumen’. ¿No será éste un falso truco, un autoengaño, dándoles todo lo que piden, para no tener que cansarnos en corregirles y educarles?
Y los publicistas lo saben. ‘Niño, exige y llora, que así puedes tener de todo’. Ese es el pernicioso mensaje que reciben los adolescentes, desde todos los reclamos publicitarios. Los anunciantes saben que en las familias hay pocos hijos: por eso resulta más fácil criar niños consentidos, que esforzarnos por educarles y corregirles.
Cuantos menos hijos tengamos, más nos gastaremos en cada uno de ellos. Cuando se tiene un solo hijo, el dinero de padres, abuelos, tíos y demás parientes va a parar sin remisión al mismo único destinatario. De ahí que los publicistas incentiven el poder consumista del menor en dar la lata.
Por eso, la publicidad se ha fijado en ese sector indefenso como objetivo prioritario, y más aún en estas fechas, cuando los padres están dispuestos a sacrificarse para que a sus hijos no les falte de nada y éstos se convierten en el consumidor rey. Como asegura Sara Osuna, profesora en la UNED y autora de ‘Publicidad y consumo en la adolescencia’ (Editorial Icaria), “se están acostumbrando a consumir en abundancia, ya que se dejan llevar por una serie de necesidades inventadas por la propia sociedad en la que vivimos”.
Muchos padres acallan su culpa de dedicar poco tiempo a los hijos, abusando del gasto en regalos. Compensar déficits emocionales con el acto de compra, tiende a ser cada vez más habitual… A eso se añade la creencia de que hay que tener lo que tiene el otro para no quedar excluido del grupo social.
Seducción ante las marcas,
hiperdemanda desatada,
consumo incontrolado,
pleno consentimiento,
tener siempre de todo,
atracción irreflexiva,
falta de espíritu crítico ante los anuncios,
minusvalorar los precios,
materialismo en los disfrutes,
indefensión ante las estrategias publicitarias,
irresponsabilidad ante el gasto…
He ahí las claves del hundimiento de los valores formativos básicos en la educación.
2 comentarios:
Querido Pedro,
Creo que el consumismo es un efecto, pero nunca la causa. Sin embargo, me parece muy acertado tu análisis acerca de cómo este consumismo busca ser paliativo del déficit de cariño y educación de los hijos.
Sin creer que la severidad antes habitual sea el mejor método de enseñanza, lo que sí que está claro es que la dejadez actual no lo es. Los padres han pretendido dejar a sus hijos en manos de dos agentes a cada cual más voluble: la sociedad (la televisión, los amigos…), que no busca sino satisfacer el consumista modelo que la sustenta, y Papá Estado, siempre atento a nuestras necesidades y dispuesto a decirnos qué, cuándo y cómo nos conviene, decidiendo cuáles son los valores más adecuados para nosotros, niños y mayores, con el único objetivo, no se nos olvide, de perpetuarse sus próceres en el sillón de mando.
Y mi duda y pregunta, que te invito a responder es, ¿dónde y cuándo perdimos esos valores? Y, más aún, ¿por qué?. (Y, sí, sé que sólo esta respuesta da para un ensayo de más de 100 páginas…)
Feliz año, AMIGO.
¿Dónde se perdieron los valores? Cuando los padres comenzaron a abdicar de educar, dejando de exigir, pasando a consentirlo todo, so capa de "ser comprensivos".
A cada persona hay que darle sólo el nivel de libertad que él demuestra ser capaz de manejar. A un delincuente, se le encarcela. A un transgresor de la ley, se le castiga. Pues eso mismo es lo que debe hacer en su hogar quien de verdad quiera educar.
A cada derecho, corresponde un deber. A cada obligación, le acompaña una exigencia. No vale enseñar a los niños a reclamar sus derechos, sin antes no enseñarles a cumplir con sus deberes.
Hay una frase que condensa gran sabiduría. "Todo me es lícito, pero no todo me conviene. Todo me está permitido, pero no todo me beneficia".
Cuando la oferta es prácticamente infinita, la educación necesaria para poder administrarla, debe ser proporcionalmente adecuada a tamaña dispersión.
Soltar hoy a un menor con dinero en el mundo del consumo, es mil veces más peligroso que tirarle con paracaídas en medio del campo. Las posibilidades de hacer daño que cuenta en la naturaleza, son nada de nada comparadas con los productos 'civilizados'.
Educar a un joven hace veinte años, era un millón de veces más simple y fácil que ahora. Los peligros de los cuales había que advertirle y prevenirle eran muchísimos menos que ahora.
Un fuerte abrazo, Javier,
PEDRO
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