23 octubre 2008

Objetar, como el primer derecho fundamental

Crispin Sartwell, controvertido autor y Profesor de Filosofía en el Colegio Dickinson -Carlisle, Pensilvania- presenta un artículo realmente magistral: ‘The fundamental right to refuse. A decent society would respect people's moral commitments’ (Los Angeles Times, September 2, 2008). Léelo despacio. No tiene desperdicio. Es una llamada a la libertad de conciencia, que carga valientemente con su responsabilidad. Dice Así:

Soy un ateo favorable al aborto, pero apoyo una regulación promulgada hace poco por la Administración Bush, que limita la financia­ción a casi 600.000 hospitales, clínicas, consultorios y otras entidades, si no permiten que sus empleados pue­dan negarse a ofrecer algu­nos tipos de asistencia -in­cluido el aborto- en asuntos de creencias personales y de conciencia.

Pregúntate: ¿Qué desgracias han ocurrido porque la gente haya rechazado, en el terreno de la conciencia, hacer lo que pedían las instituciones que les regentaban? Vuelve a preguntarte: ¿Qué barbaridades han ocurrido porque la gente haya vencido sus reparos y hecho lo que se les mandase?

La idea de que debemos respetar la conciencia indi­vidual, como un árbitro mo­ral, es un pilar fundamental de la Reforma Protestante y del individualismo america­no, acuñado por figuras como Emerson y Thoreau. Es­tá en el núcleo de nuestras tradiciones y libertades. Pe­ro es intrascendente si la respetamos cuando coinci­dimos con sus resultados y no en caso contrario.

- Una medida de la decencia y democracia inherente en una institución, es el grado en el que defiende la conciencia individual y la autonomía en asuntos esenciales.

- El grado en el que una institución anula la con­ciencia individual y la auto­nomía moral, es la medida de su totalitarismo.

Por ejemplo, mucha gente que defiende el derecho al aborto defendió el derecho de los médicos a practicarlo cuando era ilegal hacerla. Su argumento era que las mujeres tenían derecho a contro­lar su propia reproducción. Era, al menos en algunos as­pectos, un argumento individualista y consciente.

Pero si respetamos el derecho de las mujeres a controlar su cuerpo, debemos respetar el derecho de los médicos a controlar sus propias accio­nes. Y si respetamos la decisión de practicar abortos debemos respetar el rechazo a hacerlos.

Primero, hombres. Thoreau, en Desobediencia civil, escribe: "¿Debe el ciudadano, aunque sea por un momento o en grado mínimo, renunciar a su concien­cia en favor del legislador? ¿Para qué tenemos entonces una conciencia? Pienso que primero deberíamos ser hombres, y después sujetos".

Y arguye que, aunque no estamos obligados a intentar arreglar todas las injusticias, sí estamos bajo la obligación absoluta de no apoyar cosas que consideramos injustas, de no participar en algo que consideramos erróneo o gra­tuitamente hiriente.

Algu­nos médicos y enfermeras enjuician el aborto de este modo, movidos por su religión o por sus experiencias. No estoy de acuerdo con ellos, pero la objeción es cla­ra y fundamentada, y debe ser respetada.

La idea de que, al asumir algunas funciones, renuncio a mi conciencia en favor de una institución o de un Es­tado, es quizás la noción más perniciosa en la historia humana. Está en el corazón de las guerras y genocidios. Es la primera -la única- defensa en cualquier juicio criminal contra la humanidad: "Sólo hacía mi trabajo; sólo obe­decía órdenes".

La conversión de una nación entera en una máquina asesina, el Holocausto, el es­pasmo de la limpieza étnica, requiere la idea de la supre­macía del grupo y de la ins­titución sobre el individuo. Si la historia nos enseña al­go, es que esta actitud nos pone frente al vacío y nos empuja al abismo.

Lo que nos puede hacer a todos esencialmente malva­dos y quizá signifique el fin de la vida sobre la Tierra es la insípida burocracia con sus regulaciones, y la buena disposición de la gente a ca­pitular. Por supuesto, la gente puede no participar, abandonar o huir.

Pero una sociedad decente no debería requerir un heroísmo moral extraordinario; debería respetar los compromisos mo­rales fundamentales de las personas. Debería ayudar a sus médicos a curar, y no a forzarles hacer lo que creen que es erróneo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lucien Auger: "Ayudarse a sí mismo" Ed. Sal Terrae. Es un libro donde se exponen, de forma fácil y sencilla, algunos aspectos de la psicología cognitiva: un mismo hecho causa siempre el mismo efecto, ¿por qué el mismo hecho provoca emociones distintas en personas distintas?O mejor, ¿por qué el mismo hecho, en dos momentos distintos, provocan emociones distintas?