14 diciembre 2008

Cien alumnos por clase

¿Quéééééé…? ¡No es posible! Pues sí lo es. Como suena: tal cual. Tendremos un centenar de estudiantes por clase -eso sí: bien prietos y apilados- en cada aula. Ahí queda la tan esperada reforma radical del nuevo Espacio Europeo de Enseñanza. ¿Te cuesta creerlo? Pues no es una broma, te lo aseguro. Tampoco es una inocentada: no estamos a día 28 todavía.

Así de hermosa va a quedar mi Facultad, cuando llegue el convenio de Bolonia. Acabo de caerme del guindo, y casi me descalabro. Vamos, que Bolonia va a resultar como otro “Bienvenido Mister Marshall” de Luis Berlanga. Cantaremos de nuevo:

"El Plan Marshall nos llega
del extranjero p’a nuestro avío,
y con tantos parneses
va a echar buen vuelo el Periodismo".

Según me han comunicado hoy, parece que mi Rectorado ha fijado el “límite” de alumnos por clase en nada menos que cien estudiantes, #100# personas, ‘a hundred students’ en inglés.

Si dividimos los sesenta minutos de cada clase, entre los cien matriculados asistentes, suponiendo que el profesor no abra la boca ni un minuto, nos salen disponibles 36 segundos por cabeza, para uso y disfrute de cada persona. Y a eso le llaman intervenir y participar. ¡Ole!

¿Esa va a ser la clave para arreglar todo? ¿Esa va a ser la tan cacareada intervención, participación y aplicación de las enseñanzas prácticas? Pues sí que estamos listos. Menudo pedazo de fraude. Con que cada uno diga su nombre una vez en voz alta, para pasar lista y poder controlar las asistencias, ya casi agota su tiempo.

Pongamos que un día feliz, se me ocurre realizar un trabajo en clase, por aquello de las enseñanzas prácticas dichosas. ¿Cuántos minutos de tutoría me conceden para comentárselo a cada uno? ¿Diez minutos? Desde luego, con menos que eso, es imposible.

Bien, pues calculando el tiempo total mínimo requerido, a ojo de buen cubero, me salen nada menos que (diez por cien) ¡mil minutos de tutoría! Lo cual, hablando en cristiano, equivale a DIECISIETE HORAS de tutoría, necesarias para explicar cada clase práctica aplicada. Así no venía en las instrucciones. No estaba avisado así, precisamente. Y a eso, añadamos las interminables colas ¡de cien alumnos!, todos esperando su turno en fila india, a la puerta de mi despacho.

Nos encontramos con una estructura anquilosada e ineficiente. Falla en su mismo fundamento: cuantos más alumnos matriculados haya y más aprobados se cosechen -es decir, cuanta mayor ‘efectividad’ haya-, parece que más financiación se concede. Mientras no se ponga remedio serio de una vez a estos males endémicos, herencia de nuestra universidad masificada, remediarlos seguirá quedando aún bastante lejos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto es algo que se dice en las charlas del NO a Bolonia. Pero esos perro-flautas nunca tienen razón, ¿verdad?

Marina Lacalle dijo...

No estoy muy al tanto de lo de Bolonia, pero...yo me acuerdo de la clase de Historia del Periodismo Español a primera hora....y si no llegabas con suficiente antelación (mínimo 15 minutos) te sentabas en el suelo, literalmente. Vamos, que el escaloncito de la tarima eran los "pupitres supletorios", no hizo falta Espacio Europeo de Educación Superior.

Marina Lacalle dijo...

Bueno, al margen del hecho de que en el primer ciclo no éramos menos de 150 por grupo.