¿Para qué se educa? ¿Cuál es la razón de ser de la educación? ¿No es un contrasentido hablar de "instrucción popular"? ¿Nunca nos hemos detenido a pensar que la mera existencia de los tan extendidos Ministerios de Educación es una manifestación de tendencias totalitarias?
La cultura está formada por valores, conocimientos y pautas de conducta que se trasmiten de generación en generación; elementos, todos ellos, que diferirán según la experiencia, la percepción del mundo y las ideas sostenidas por cada cual. Esto es así porque no existe la verdad absoluta; por lo tanto, queda claro que la educación es, y debe ser, un proceso individual, descentralizado y flexible.
A la vez, esas evaluaciones y experimentaciones diversas son lo que enriquecen a una sociedad y la hacen progresar. Porque, como dice Karl Popper, el conocimiento avanza cuando descubrimos el error en una teoría anteriormente considerada correcta. Así pues, es absurdo planificar una "educación popular" global y tener Ministerios de Educación. Simplemente porque esos institutos, por sus características, son la antítesis de una genuina formación.
De todo esto se sigue nítidamente que guiar a los niños y los jóvenes es un asunto muy delicado; y que es de vital importancia determinar quién ha de ser el director del proceso. Los antiguos atenienses, en su época de esplendor, eran perfectamente conscientes del valor de la libertad. En consecuencia, jamás permitían que el Estado se entrometiera en nada relacionado con la orientación educativa. Los padres eran la única autoridad reconocida para determinar quiénes serían los maestros de sus hijos. Ni aun tratándose de huérfanos se permitía la influencia estatal, por los peligros que podría acarrear.
Platón, el precursor de los sistemas totalitarios, fue el primero en abogar por que fueran los "elegidos" y más "sabios" quienes se encargasen tanto de gobernar como de controlar la instrucción del resto de la población. Aunque parezca increíble, sus argumentos apelaban a una pretendida "justicia". Asimismo, sin rubor defendía su propuesta en nombre del "bien común".
Es el mismo vocabulario altisonante que utilizan hoy los promotores de la "educación popular". No es casual que exijan que sea obligatoria y centralizada y éste dirigida por el Estado. No hay que ser particularmente perspicaz para darse cuenta de que detrás de ello se esconde una lucha sorda por vigilar la información y las valoraciones que se han de transmitir a los alumnos. Es un juego de poder, en el cual los principales protagonistas son los sindicatos de profesores y los políticos. La meta es tener sometida a la sociedad y obtener réditos de diversa índole.
Si se controla férreamente la enseñanza, los déspotas pueden darse el lujo de convocar elecciones libres cada tantos años y, aun así, mantener oprimida a la ciudadanía. Es un hecho evidente que la primera víctima de los gobernantes con inclinaciones autócratas es la información. Es por eso que las primeras medidas adoptadas por los aspirantes a tirano se encaminan a liquidar la prensa independiente y a controlar el sistema educativo. Si logran ese objetivo, serán los dueños virtuales de las almas y conciencias de sus siervos. Ahí están los claros ejemplos de los regímenes fascistas y comunistas para atestiguarlo.
Observemos el caso de Cuba. Los entusiastas de la revolución exhiben como prueba de su éxito el que haya alfabetizado a la población. Pero la cuestión relevante es si lo que aprende el cubano medio le sirve para mejorar sus condiciones materiales y espirituales. ¿Qué intereses satisface el sistema educativo, los del alumno o los del régimen?
Hana Fischer, analista uruguaya: aipenet.com Febrero 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario