Comenta Esteban Hernández: “Los actuales ‘valores’ dominantes nos parecen a todos ridículos, como el culto a lo efímero, la ausencia de autoridad o el situar a la sexualidad en primer plano, pero éstos continúan triunfando en los medios, en la publicidad y dominan también la vida privada”.
Así lo denuncia Antoni Talarn en «Globalización y salud mental» (Herder, Barcelona 2007, 528 págs.). Psicólogo clínico y profesor en la Universidad de Barcelona, compila aportaciones acerca del narcisismo, la depresión, la sexualidad o las adicciones al móvil o a Internet, rendir tributo a la novedad, al cuerpo, a la productividad desmedida… en los habitantes del mundo ‘rico’ económicamente, pero indigente mental y moralmente.
Tenemos más, de acuerdo, pero no parece que seamos más dichosos. Aparece la depresión, el culto al cuerpo, las adicciones, la violencia contra las mujeres y «nuevas» formas de sufrimiento como la fibromialgia, el narcisismo o el Síndrome de Ulises…
Para Talarn “en el plano individual nos sentimos presionados y solos. En el familiar nos sentimos inseguros, y en el colectivo vivimos la anomia social. Estamos en una sociedad de mucho paso al acto y de poca reflexión: parece que la gente no tiene tiempo para pensar”: un mundo de urgencias y de presión.
“Como ahora los procesos se pretenden rápidos y exitosos, cuando no es así, cuando se fracasa o se tarda en conseguir lo que se pretende, aparece el desencanto, la depresión o la medicación, para paliar lo que la mente no puede hacer por falta de tiempo, de recursos y de diálogo”.
Hoy “la autoestima depende de factores externos, no de los internos. Entre el ser y el tener, que decía Fromm, ha ganado el tener: imagen, estatus, formación, etcétera”. Así, “la sociedad se está empobreciendo desde el punto de vista psicológico”.
La intimidad cada vez es más frágil: “La sexualidad ahora, como el cuerpo, lo es todo. Se la ve como una exploración más, sin otro significado que la acción en sí misma”. La verdadera liberación, para Talarn, sería poder vivirla en plenitud, y no esta “sexualidad a la pata llana, que termina en una sexualidad consumista y valorada en lo material (tamaño, número)”.
“Y es que prácticamente se equipara la sexualidad a lo porno. Los ancianos se medican para rendir más, el consumo de pornografía y prostitución no para de crecer...” Igual le ocurre al matrimonio, “que ahora se va a pique por casi nada. Ya sólo nos tenemos a nosotros mismos. Buscamos agarres, que son ahora líquidos, temporales, transitorios y mudables”.
Al tiempo, las exigencias para con la mujer (que ha de cuidar del hogar y desarrollarse profesionalmente) provocan más estrés y nuevas inseguridades. En su libro menciona a las muñecas Barbie como exponente de una mujer “supuestamente ideal, bella y triunfadora”. En ella se darían los rasgos de “culto a la imagen, primacía de lo efímero, lo novedoso y lo cambiante; el elogio de la perfección, de la productividad; la mitificación de la juventud, del individualismo y la uniformidad. Es un modelo a imitar, algo que se quiere llegar a ser. Sí, las niñas quieren ser como Barbie: delgadas y triunfadoras. Mucho rollo con el control del peso pero en realidad es más de lo mismo. Es un patrón que no cambia”.
Talarn asegura que, para ejercer hoy la autoridad, resulta indispensable “poner límites a aquello que los necesita. Hay que dar a entender a los niños (o a la gente) que no todo es posible o alcanzable, utilizando criterios realistas explicados con el diálogo; o con la imposición cuando es necesario. Es muy importante recuperar el concepto de límite. También el de esfuerzo y el de constancia. Para ello, el progenitor ha de tener algunas cosas claras. Si no, mal asunto...”
“Nos están vendiendo siempre que lo tengamos todo en cualquier momento, rápido, cómodo y barato. Nos dicen 'no se prive usted de nada, sea como un crío, dese todos los gustos; sea feliz, viva sin imposiciones ni dificultades'. Y como el adulto se compra cada Navidad todo lo que puede y más, cómo les va a decir a sus hijos que no pueden tener cuatro consolas de videojuegos”.
Así, llegamos a un mundo, según Talarn, “que vive en la intolerancia a la frustración y que sufre sus consecuencias, ansiedad e infelicidad. Se tiene la idea de que todo será posible ahora mismo. Y como eso no es siempre así, surgen la frustración y el desencanto. Y en los casos más extremos, la falta de respeto, de ética y la agresividad”.
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