06 junio 2007

La ética de la autenticidad

Charles Taylor (Montreal, 1931), eminente filósofo e intelectual canadiense, ha recibido el premio Templeton, dotado con 1,5 millones de dólares -más que el Premio Nobel-. Profesor de derecho y filosofía en la Northwestern University (Estados Unidos) y profesor emérito de la Universidad McGill (Montreal), suele tender puentes entre corrientes a menudo enfrentadas: libertad y valores, Ilustración individualista y comunitarismo social, fe y razón, filosofía teórica y acción política práctica.

En su obra “La ética de la autenticidad” (Ed. Paidós. Barcelona 1994, 146 págs., ed. orig. ‘The Malaise of Modernity’, 1991) discute la articulación entre la libertad subjetiva y la verdad objetiva, problema de las sociedades pluralistas. Los primeros suelen acusar a los segundos de dogmatismo y los segundos contraatacan acusando a los primeros de relativismo.

Para algunos subjetivistas, el primer y sacrosanto principio es la libertad individual. Su único imperativo moral evidente es "ser fiel a uno mismo" (o sea, ser auténtico). Sólo la autodeterminación puede dotar de valor a un estilo de vida o ideal. En cambio, para los que apuestan por la verdad, el ideal consiste en ser "coherente con un orden superior", un orden que jerarquiza las elecciones y, por tanto, legitima o no las opciones: no todo es igualmente válido.

Taylor denuncia el "malestar de la modernidad" bajo tres formas: el individualismo, la primacía de la razón instrumental y una especie de "despotismo blando", con una organización democrática de la sociedad compatible con unas vidas privadas egoístas. Su ideal de moral es "una descripción de lo que sería un modo de vida mejor o superior, en el que 'mejor' o 'superior' se definen no en función de lo que se nos ocurre desear o necesitar, sino de ofrecer una norma de lo que deberíamos desear".

Las tesis subjetivistas están vacías, pues en realidad viven de la apropiación parasitaria de verdades que no son subjetivas, sino incondicionales, como ‘mi libertad’, ‘mis ideas’ o ‘mis derechos’. Su planteamiento sólo es cierto a condición de convertirlos a todos en igualmente triviales. La condición de que ningún valor tenga prioridad sobre otro es que todos signifiquen indiferentemente lo mismo, siendo todos indistintamente válidos. Entonces el papel de la libertad humana en la configuración de la propia identidad se convierte también en algo trivial.

La igualación de todas las ideas sólo vale si los estilos de vida carecen a priori de cualquier significado. Y esta situación no es que sea "mala" porque lleve al relativismo: sino que es rotundamente falsa. Las elecciones vitales, argumenta Taylor, sólo son valiosas, si se recortan contra horizontes valiosos. "La naturaleza de una sociedad libre estriba en que será siempre escenario de una lucha entre formas superiores e inferiores de libertad". "Lo que deberíamos estar haciendo es luchar por el significado de la autenticidad (...), tratar de persuadir a las gentes de que la autorrealización, lejos de excluir relaciones incondicionales y exigencias morales más allá del yo, requiere verdaderamente de éstas en alguna forma".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Huy, se llama igual que el genocida de Liberia. Menos mal que has puesto foto, porque es muy blanco para ser liberiano.