Cuando contemplo el foso que ha quedado tras la caída de las torres gemelas, me entra un sentimiento de rabia y de impotencia difícil de superar. Viendo la muchedumbre de personas (veinte millones) que nos movemos a todas horas por esta ciudad, procedentes de todos los lugares del mundo, de todas las lenguas, de todas las razas y de todas las religiones, pienso que este atentado atacó en realidad a toda la humanidad libre.
Veo delante a chicas paseando, totalmente neoyorkinas, ataviadas con su velo islámico en la cabeza con toda normalidad. Esto da mucho que pensar.
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